Hernán Cortés, el conquistador
Admiro la figura de Hernán sus logros, su visión, lo que consiguió y lo que sembró. Ya le he dedicado referencias y algún que otro artículo como este «Hernán Cortés, el fundador de Nueva España» pero quiero referir algún detalle de sus últimos años, de su declive y de la pérdida de ese favor real.
Carmen Iglesias Cano, Directora de la Real Academia de Historia mantiene que «Hernán Cortés es un personaje que se sale de los libros». Y es cierto. Adentrándose en lo desconocido, «quemando las naves», con el espíritu aventurero soplando en su alma, supo aprovechar las circunstancias para conquistar un imperio, que tenía aterrorizados a los pueblos de alrededor, y fundar otro imperio mayor, que sería la joya de la corona: Nueva España.
Quieran o no, fue el fundador del México actual y triunfó joven, llevado por ese ímpetu, por ese intelecto, por esa sagacidad y esa fe. Mestizaje como clave fundamental para que la empresa saliese adelante; honor y una fidelidad a la corona que, muchas veces, le fue esquiva. Carlos I, de una manera u otra, fue quitándole su favor y apenas atendía los ruegos que Cortés le transmitía en su cartas, a pesar de todo lo conseguido. Inhabilitado por un tiempo y recluido en la península, sufrió esa situación el conquistador. Incluso el emperador, por desavenencias varias y dado el carácter orgulloso del extremeño, pensó en mandarlo a detener y ejecutarlo pero se calmaron las aguas.
Pérdida del favor real
Pero esa pérdida del favor real se hizo patente y real cuando regresó a España en su segundo y definitivo viaje en 1541. Coincidió con la «Jornada de Argel», una expedición organizada por Carlos I para intentar ese sitio estratégico al otomano Barbarroja. Cortés, llamado por el honor y por la fidelidad a su rey, no dudó en sumarse, junto a sus hijos Martín y Luis, a la empresa y empeñó sus barcos, sus hombre y su fortuna. Pero la mala planificación y los temporales dieron al traste con lo propuesto. Incluso, en la desorganizada retirada, Cortés perdió varias embarcaciones y con ellas parte de su fortuna.
Ya en España, haciendo un último intentó, en 1542, 1543 y 1544, escribió sus últimas 3 misivas al emperador, a su señor. En esta última, fechada el 3 de febrero, le escribe:
«Pensé que haber trabajado en la juventud me aprovechara para que en la vejez tuviera descanso, y así ha cuarenta años que me he ocupado en no dormir, mal comer y a veces ni bien ni mal, traer las armas a cuestas, poner la persona en peligros, gastar mi hacienda y edad, todo en servicio de Dios acrecentando y dilatando el nombre y patrimonio de mi rey, ganándole y trayéndole a su yugo y real cetro muchos y muy granes reinos y señoríos. Véome viejo y pobre y empeñado en este reino en más de veinte mil ducados. No tengo ya edad para andar por mesones, sino para recogerme a aclarar mi cuenta con Dios, pues la tengo larga, y poca vida para dar los descargos, y será mejor dejar perder la hacienda que el ánima.»
Despreciado e ignorado
Y no, no obtuvo respuesta la mencionada carta, cargada de emotividad. Consta que llegó a su destinatario el secretario, Francisco de los Cobos, escribió al margen: «No hay que responder». Una declaración de intenciones, un desprecio absoluto hacia el conquistador extremeño por parte de su rey. Indiferencia fría que paga los logros de la vida, látigo cruel que castiga la entrega. Pero, a pesar de todo, Cortés logró ser invitado a la boda del hijo del emperador, futuro Felipe II, que tendría lugar en Salamanca, en noviembre de 1543.
A pesar del trato, el marqué del Valle Oaxaca insistía en su deber para con su señor, llevado por el honor. Y de Sevilla pasó a Valladolid, buscando estar cerca de Carlos I, buscando una oportunidad de acercarse a él. Pero seguía siendo ignorado, su situación no mejoró y su estado de ánimo pasó por momentos de amargura, viendo el cariz que tomaba todo. El mismo Voltaire, en su «Essai sur les moeurs et l´esprit des nations» cuenta una anécdota que retrata muy bien el estado en el que vivía Cortés: «Un días Cortés, no pudiendo tener audiencia del emperador, se abrió camino por entre la multitud que rodeaba la carroza del monarca, y subió al estribo; y que preguntando Carlos V ¿Quién era aquel hombre?, Cortés replicó: «El que os ha dado más reinos que ciudades os dejaron vuestros padres».
El emperador se había olvidado de él. De hecho, en las memorias escritas dejadas para el príncipe de Asturias y que cubrían el periodo de 1515 a 1548 no hay ninguna mención a Hernán Cortés, algo injusto y desproporcionado. Y es que no había vuelta atrás: El favor real se había perdido y viendo el panorama quería volver de nuevo a Nueva España. Y a ello se dispuso pero le sobrevino la muerte en Castilleja de la Cuesta el 2 de diciembre de 1547. Según cuentan, sus últimas palabras fueron para Carlos I: «Mendoza… no… no… emperador… te… te… lo prometo…» Esa angustia, ese amargor, ese desprecio lo sufrió hasta el último momento. A pesar de los logros, de lo conseguido, de las conquistas y de los imperios, el desprecio fue el pago de su emperador. La historia lo ha restituido, lo ha recordado y lo ha homenajeado.
Quiero terminar este homenaje con unos versos de Lope de Vega dedicados a Hernán Cortés:
«Cortés soy, el que venciera
por tierra y por mar profundo
con esta espada otro mundo,
so otro mundo entonces viera.
Di a España triunfos y palmas,
con felicísimas guerras.
Al Rey infinitas tierras
y a Dios infinitas almas»
La realeza y cortesanos se olvidaron de Cortés, algo que suele pasar entre personas de «bien», sólo hay que mirar a Lobato para ésto comprender….
Pues sí, se olvidaron de Cortés, los intereses o los interesados, la envidia… y espejo de la realidad. Gracias amigo por tus palabras. Un fuerte abrazo