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Apenas me sale la voz cuando hablo de ella y repaso mentalmente una senda marcada por su amor, grabado a fuego en mi alma.

 

Sentir la cálida presencia que te conforta, el abrazo postrero y un edredón de cariño que te arropa con un sutil silencio. Una sonrisa profunda y el beso en la frente, sincero, que sella el pacto de amor infinito que un día nos unió sin remedio. Un camino de intenciones y una pasión desmedida en la entrega, de canción y cuna, de aquella bonita luna, que en el cielo luce, por siempre cascabelera.

 

Anegación inmaculada, espera y sacrificio, un estrecho vinculo de cariño y rocosa fortaleza del alma. Dios en la tierra que cura con los labios la heridas abiertas en rodillas y brazos. Tiritas de mis entretelas, saliva que todo lo salva, palabras de dulzura que mecen mi tierna infancia. Guardiana impoluta, de tesón y vigilia, que vela por los sueños de toda su familia. Todos los momentos son pocos para sentir tu aliento, repleto de quietud y calma.

 

Pase lo que pase, en las sombras y en la refriega, en la constante lucha por la vida, en el camino de ida y vuelta. Pase lo que pase, ocurra lo que ocurra, soberana y nocturna, ella se mantiene despierta, templando la fiebre oscura.

 

Y la nostalgia me invade cuando veo que la piel se arruga y el tiempo no puede volverse atrás. La memoria me traiciona y son miles los recuerdos que me llevan a tu lado. Reloj, maldito embustero que me engañaste creyendo que aquello sería para siempre. Y se va marchitando, como aquella flor.

 

No hay más. Con la mirada basta para decir mil versos y un corazón comprometido hasta el final. Un sentimiento profundo que entrelaza las manos y la presencia perenne de una madre, de mi ángel protector. Siempre estarás en mi alma, en lo más profundo de mi ser, cobijando mi esperanza, de verte siempre sonriendo otra vez.

 

A mi madre y a todas las madres del mundo, por su instinto, por su valentía y su enorme corazón. Por querer como sólo quiere una madre, por sentir como sólo siente una madre.