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Derrotas que marcan época

Desde que los musulmanes invadieron la península ibérica en el 711 hasta la entrega de la ciudad de Granada por Boabdil en 1492, pasaron muchos años donde se sucedieron reyes y reinos, hechos heroicos y batallas épicas, victorias determinantes y derrotas dolorosas.

 

Una de aquellas derrotas, que dejó su impronta en la historia y que estuvo a punto de tirar por la borda toda la labor de reconquista que ya habían realizado numerosos monarcas fue la sufrida en 1196 en Alarcos, una fortaleza militar, a medio construir, situada a orillas del río Guadiana, cerca de su unión con el río Jabalón. (actualmente, cerca de Ciudad Real)

 

La zona del campo de Calatrava, y por consiguiente de Alarcos, estaba dominada por la Orden de Calatrava, primera orden militar hispánica, creada por la orden del Císter, y predecesora de la Orden del Temple, quien gestionó aquel territorio tras la conquista de los mismos por Alfonso VII.

 

Una lenta reconquista

Aunque siempre se vivía en tensión, en un continuo enfrentamiento que iba conduciendo a las tropas castellanas cada vez más al sur de la península, trasladando así la frontera del Duero al Tajo y de aquí a Sierra Morena, las hostilidades se rompieron por una expedición que comandó el arzobispo de Toledo Martín López que lo llevó hasta las puertas de Sevilla.

 

Aquel hecho, aquella bravuconada o provocación, hizo que el califa almohade, Abu Yusuf Yaqub al-Mansur montase en cólera y cruzara el estrecho de Gibraltar el 1 de junio de 1195. El 8 de junio, ya en Sevilla, preparó sus huestes y se dirigió al norte dispuesto a dar un escarmiento al ejército castellano. Una vez pasado el puerto del Muradal, en Despeñaperros, las tropas islámicas se extendieron por toda la llanura de Salvatierra.

 

La llama había prendido y pronto Alfonso VIII aceptó el envite. Apresurado, sin esperar la ayuda de las tropas de Alfonso IX de León, reunió a su ejército y acudió presto a presentar combate. Aquel escaso ejército castellano estaba compuesto, además de por los caballeros de Toledo, por las órdenes de Calatrava y Santiago. También se sumaron los obispos de Ávila, Segovia y Sigüenza, con sus allegados.

 

Al-Mansur en Alarcos

El 18 de julio de 1195, ya en Alarcos, Al-Mansur convocó a sus huestes, ordenó que se armasen y que se preparasen para la batalla. En cambio, Alfonso, ese mismo día, a primera hora de la mañana, ordenó a sus tropas que salieran de la fortaleza y formasen, prestas para luchar contra los musulmanes. Aquel día, con la tensión propia del momento, los castellanos no descansaron. Las tropas del califa almohade, sí.

 

Al día siguiente, los musulmanes avanzaron para acercarse a Alarcos, a una distancia prudente para no ser alcanzados por proyectiles. Los castellanos, desplegados por las laderas que había alrededor de la fortaleza, ordenaron un ataque con la élite de la caballería pesada, compuesta por los caballeros calatravos y de la orden de Santiago, además de las tropas del arzobispo Don Martín. Allí, enarbolando el pendón real, dispuesto para la refriega más cruda, se encontraba el alférez real, Diego López de Haro.

 

Los almohades, que poseían una caballería más ligera y rápida que la cristiana, realizaron movimientos veloces, entraban y salían golpeando con inmediatez, mientras eran ayudados por arqueros y ballesteros. Agilidad hiriente en las filas de Al-Mansur, disciplina y un objetivo marcado para ir mermando las fuerzas del enemigo.

 

Una caballería rápida y letal

Pronto, aquella táctica fugaz, de entrar, golpear y salir, empezó a dar sus frutos pues la caballería castellana, basada en la potencia y en la fuerza, se vio desbordada. Aquel movimiento repetitivo, de picotazos hirientes, hizo estragos en las filas del rey Alfonso VIII que vio, apesadumbrado, que la batalla empezaba a caer del lado almohade.

 

Aquel día, 19 de julio de 1195, murió en el campo de batalla, a los pies de la fortaleza inacabada de Alarcos, los mejor de la caballería castellana, incluso quedó diezmada, incidiendo en el movimiento de reconquista a futuro. También las órdenes militares de Santiago y Calatrava perdieron la mayor parte de sus miembros, lo que provocó que los diferentes ataques almohades a tierras toledanas, que tuvieron lugar en 1196 y 1197, se llevaran a cabo sin oposición alguna.

 

Alfonso VIII, viendo el cariz del asunto, perdida la batalla, huyó a Toledo con unos pocos caballeros. Todo había sido un desastre y el revés recibido había sido considerable. La labor de reconquista sufría un serio contratiempo. En Alarcos, mientras se marchaba el rey Castellano, quedó Diego López de Haro haciendo lo imposible para ganar tiempo para su rey, contiendo al máximo las huestes almohades. Al final, sin solución, rindió la plaza a cambio de algunos rehenes y pudo marchar también hacia Toledo.

 

De Alarcos a las Navas

Desde aquel julio de 1195, desde aquella derrota, hasta julio de 1212 transcurrieron varios años de dominio musulmán, donde Al-Mansur campó a sus anchas y recuperó varias plazas. En ese periodo ocurre el periodo de la fortaleza de Salvatierra, del que otro día escribiré. Y la definitiva marcha de los tres reyes en las Navas de Tolosa, con todos los episodios épicos de aquella hazaña.

 

Alarcos, la derrota que hizo casi desaparecer las órdenes militares de Santiago y Calatrava, la que casi provoca la muerte de Alfonso VIII, la que llevó a frenar la labor reconquistadora y a replantearse el futuro de la empresa. Alarcos, también fue la victoria almohade que conllevó a la construcción de la Giralda, en Sevilla, como homenaje. Huellas del ayer.

 

Aún hoy, en las inmediaciones de aquella fortaleza que fue, cerca de Ciudad Real, siguen apareciendo restos de aquel combate en la fosa de los despojos. Merece la pena acercarse para conocer el lugar, un lugar con historia

 

Alarcos