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La terrible viruela

En las últimas semanas, por desgracia y por causas extraordinarias, nos hemos acostumbrado a escuchar el término “Operación Balmis”, siendo ésta el mayor operativo militar, desplegado en tiempos de paz, para intentar poner freno y controlar el maldito Covid-19. Pero ¿Por qué se ha denominado Balmis? ¿Quién fue Balmis? ¿Qué hizo?

Resulta que a finales del siglo XVIII, el británico Edward Jenner, al que se le puede considerar el padre de la inmunología, observó que el pus de la viruela de las vacas no afectaba a las campesinas que las ordeñaban. A partir de ahí empiezó su investigación y mezcló los fluidos para ver el efecto. Es así como descubrió la vacuna (al provenir de las vacas) contra la viruela, la enfermedad que estaba haciendo estragos en el mundo. Y con su trabajo, Jenner salvó más vida que el trabajo de cualquier otra persona. 

En España, Carlos IV, preocupado por sus súbditos e informado de los efectos de esta enfermedad por Alejandro Malaspina, tras regresar de su expedición científica, pone en marcha, con una inusual rapidez para la época, una gran expedición para llevar a los territorios de ultramar la ansiada vacuna. Con determinación y entusiasmo, pone al frente de la misma, como director, al alicantino Francisco Javier de Balmis y Berenguer.  

Brazo a brazo

La idea era excelente pero el problema era cómo llevar la vacuna hasta aquellos lares y, para colmo, que llegara en buen estado, tras un viaje muy largo. La solución vino de la mano de los niños, de 22 para ser exactos. Y aunque intentaron que muchas familias los ofrecieran voluntarios con la promesa de formarlos hasta que tuvieran un empleo digno, no consiguieron ninguno. Al final tuvieron que acudir a infantes huérfanos de Santiago y La Coruña. Pero ¿Cómo transportarían la vacuna? ¿Para qué los niños?

El método, aunque primitivo, era muy ingenioso. Los pequeños serían los portadores de la solución, con un procedimiento de inoculación progresiva. Se introducía el virus en dos niños y cuando desarrollaban la enfermedad de forma atenuada, se repetía la operación con otra pareja. De aquella manera, brazo a brazo, la ansiada vacuna llegaría fresca a América, lista para ser usada en la población.   

Así, con todo preparado y los ánimos intactos, el 30 de noviembre de 1803, la corbeta “María Pita” parte desde La Coruña rumbo a los territorios de ultramar del imperio español. A bordo viajan 22 huérfanos que llevarán la cura para la terrible enfermedad que está asolando al mundo. 

La enfermera Isabel Zendal

Balmis no viaja solo pues lleva consigo a Isabel Zendal, una mujer crucial para cuidar de los expósitos, para hacerles el viaje más llevadero y es que sin ella hubiese sido imposible que la expedición llegara a buen puerto. Esta enfermera gallega, la primera del mundo en misión internacional, tubo un mérito enorme pues demostró una paciencia infinita en la travesía al entretener a los 22 niños, 7 de ellos menores de 3 años, en un velero de 30 metros de eslora sin poder encender, siquiera, un quinqué por temor a los incendios. 

También, como subdirector de la expedición, viajaba Josep Salvany, un médico catalán recomendado por Carlos IV, que ayudó en la titánica tarea de la vacunación en el nuevo mundo. Enfermo de tifus y ante la creencia que el cambio de clima le beneficiaría, fallece con las botas puestas, en acto de servicio e inoculando vacunas. 

Según los datos que se disponen y de los estudios recientes de Paula Caffarena, en ciertos territorios de ultramar ya se disponía de la vacuna cuando arribó la expedición de Balmis.  Al estar la metrópolis muy lejos, muchos territorios como Cuba o Puerto Rico buscaron la vacuna por su cuenta, incluso en Lima se comerciaba con los cristales de la cura por la calle, así cuando la expedición echó anclas, muchas personas estaban vacunadas. 

Inocular la cura

Aunque enfadados por ver que ya se habían adelantado, al llegar a Venezuela en marzo de 1804, iniciaron el periplo de inocular la vacuna a la población. Salvany se dirigió a américa del ser, atravesando montañas, ríos y valles con la noble misión en su mente. En cada iglesia del nuevo mundo, los sacerdotes, a la vez que bautizaban a la población, los vacunaban, registrando cada inoculación.

Balmis de dirigió al norte, hacia México para, desde allí, con nuevos huérfanos, poner rumbo hacia Filipinas. Se intentó que el viaje fuese placentero para los niños, pero el capitán del navío “Magallanes” incumplió el trato y los ubicó en un camarote infecto de ratas y suciedad. Fue un viaje penoso para los pequeños que al final llegaron a su destino.

No fue una misión que cumpliera con creces con lo que se propuso pues la vacuna ya había llegado a los territorios de ultramar, no a todos, pero sí a los más cercanos a la costa. Pero el hito más importante es que fue la operación de salud pública más grande jamás realizada. Una expedición que transportó la vacuna, enseñó a inocularla en los sitios donde no había llegado y declaró la guerra a una enfermedad maldita. Y, sobre todo, reguló la difusión de un medicamento y la interacción de los pueblos. 

Personajes de leyenda

Si Balmis, Zendal y Salvany hubiesen sido americanos, ingleses o franceses, serían mundialmente conocidos. Pero son españoles y muchos no sabrán de esta historia o les sonará lejana. Cosas que ocurren y que se dejan de lado en la vasta historia española.

Para saber más es recomendable leer el libro “A Flor de Piel” del escritor Javier Moro. 

También podéis leeros este artículo del mundo: https://www.elmundo.es/viajes/el-baul/2020/03/23/5e74ae74fc6c838d5f8b460b.html

Y el artículo de La Vanguardia: https://www.lavanguardia.com/historiayvida/historia-contemporanea/20200401/48219306052/operacion-balmis-expedicion-balmis-vacuna-viruela-hispanoamerica.html