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Aquel «No» sonó rotundo en el habitáculo estrecho del vehículo, cortando de raíz una conversación que se preveía amena. En aquella respuesta parecía terminar todo y me resistía a creerlo. Un sudor frío empezó a recorrer mi espalda y me apoyé en el asiento, resoplando concienzudamente, mientras escrutaba nervioso las pegatinas de aquel cristal que estaba martirizando mi reflejo. A pesar de la tenue climatización, sentí que me subía el calor por mi rostro.

Pero el camino proseguía bajo el silencio pétreo de aquel conductor gris y desportillado, que apenas miraba por el espejo retrovisor y había lacerado mis ganas de conversación. Sólo se rompía el ambiente gélido con la melodía rimbombante de un regetón actual, que sonaba en aquel momento en su radio digital. Mirada distraída y una bofetada encajada con deportividad.

Era la primera vez que me ocurría y me encontraba incómodo ante el desplante. Entendí las razones de su callada respuesta, de su actitud pero no me di por satisfecho y volví a intentarlo, con más ahínco si cabe:

– ¡Buen partido ayer! ¿Lo vio?

– Soy del Atletico

No volví a abrir la boca en todo el trayecto que duró mi viaje en taxi. Callado estaba más guapo.