A todos aquellos que esperan sentados en los pasillos de un hospital; a todos aquellos que se agarran con fuerza a la vida.
La vida es lo que te va ocurriendo mientras caminas. Unas veces el paisaje es agradable y otras desechas la idea de recrearte en él por lo árido de sus colinas. Así, los avatares del destino caprichoso hicieron que pasase la noche en el hospital para acompañar a mi madre, aquejada de una angina de pecho. Allí el paisaje, aunque no quieras, te envuelve, te atrapa, te sustrae en completa contradicción de sentimientos, rebuscando pinceladas en el espíritu para enmarcar lo que ves, lo que sientes, lo que escuchas o, incluso, lo que no es perceptible.
Y la mirada lo dice todo. Silencios ojerosos de noches en vela, de esperanzas que se desvanecen y resignación en los bolsillos. Lágrimas de impotencia, incómoda presencia de ritmos agotadores en el dejavú de la enfermedad. Frialdad en los pasillos somnolientos y un pensamiento ruin que desata voluntades enquistadas. Llanto de emoción primeriza en el parto de la ilusión, en el alumbramiento de un nuevo horizonte que busca construir puentes de entusiasmo. Son las dos caras de una misma moneda, vida y muerte, dolor y alegría.
Pero la maratón es un reto en aquellos duros momentos de camilla y quirófano. Horas ganadas al reloj para vislumbrar una mejoría, una nueva oportunidad para vivir, para caminar, para seguir avanzando. Amabilidad de batas blancas que hacen posible lo imposible, que miman la piel ajada por la tempestad y sienten la ausencia del paciente. Tanto y tanto que percibir mientras el reloj se vuelve espeso, demasiado lento
Y la noche te da para más, para sueños y desvelos, para verdades a medias y vecinos desconocidos, para suspiros que se escapan como si se escapara el alma del baúl insondable de la memoria. Susurros, besos y despedidas, ruegos y lamentos, espera, paciente indulgencia y, sobre todo, la vuelta del silencio, ese silente compañero que amalgama tus dudas, tus misterios, los entresijos de la ecuación y la equidad de mis pasos.
Sí, la vida es eso que pasa alrededor, esa obra tragicómica que protagonizamos y observamos, espectadores y dolientes a la vez, en completa integración con el medio. Y cada cual su mundo, su camino, su mirada, su pena, su esperanzas y su silencio. Ese silencio de hospital, esa espera aséptica y melancólica que nos envuelve, cuando nos agarramos con fuerza a la vida.
Los silencios de hospital ….
Muy sentido y profundo tu escrito.
Un abrazo José Carlos.
Gracias amiga. Ha sido un principio de junio cargado de emociones, de esperas y hospitales. De ahí el artículo. Gracias a Dios todo ha salido bien. Un fuerte abrazo
Me alegro mucho de que todo haya salido bien.
Un fuerte abrazo José Carlos.
Sí, gracias a Dios. Muchas gracias. Otro fuerte abrazo para ti
Respiro hondo al leer tu reflexión. Me alegro que haya salido bien.
Gracias Victor. Un familiar cercano que gracias a Dios está bien, ha sido duro pero se ha llegado a buen puerto. Un saludo