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«Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España se viste de colorado»

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La corrupción ha existido siempre

La corrupción ha existido siempre a lo largo de la historia de nuestro país. Personajes sin escrúpulos que han aprovechado su rango o su poder para enriquecerse a costa de los demás, desfalcando, engañando y especulando para llenar sus arcas. Hoy viajaremos en el tiempo para escribir sobre alguien muy peculiar.

Si nos las trasladamos a la corte de Felipe III, entre los siglos XVI y XVII, descubrimos la figura de Francisco de Sandoval y Rojas, más conocido como Duque de Lerma, un poderoso noble castellano, valido del rey, que se convirtió en el hombre más rico de España, aprovechando su poder para ir dando pelotazos inmobiliarios cada vez que se presentaba la ocasión. Pero empecemos por el principio.

Reflejo de las corruptelas de aquella nobleza, que pululaba alrededor del monarca sin dar un palo al agua, para vivir de las rentas y de aprovecharse de los más débiles, el Duque de Lerma, como cabeza de la familia Sandoval, custodios de Juana “la Loca” en Tordesillas, empezó a tejer un complejo entramado de corrupción, basado en el clientelismo y en la venta de cargos públicos.

El Duque de Lerma, de la nada a poderlo todo

El Duque de Lerma, Francisco, fue criado en la corte como compañero de juegos del príncipe Carlos, hijos de Felipe II. Pero al morir el infante, el joven Francisco de Sandoval ocupó el cargo de gentilhombre del Principe Felipe (Felipe III), con el que entabló una buen amistad. El nuevo rey, al llegar al trono, demostró, como decía su padre, un desapego por las tareas reales y de gobernanza; huyó de toda responsabilidad y dejó el poder en manos de hombres de toda su confianza. Aquí entra en juego el Duque, que le fue otorgado el título de Grandeza de España, completando así su ascenso al poder.

En aquel escenario, Francisco de Sandoval, comenzó a tramar sus planes. Primero situó en cargos importantes a familiares y nobles afines a la causa. El Duque, arrogante y avaricioso, tal y como lo describen su coetáneos, siempre buscaba la manera de ganar más, de lucrarse, de enriquecerse. No había límites. Desde comisiones cobradas de las arcas reales a la venta de cargos públicos, cuestiones normales en aquella época y que, por desgracia, nos siguen sonando.

Lucha de familias

Por aquella época, reinando Felipe III, dos poderosas familias luchaban por el favor del monarca: los Alba y los Mendoza. Una lucha de poder a poder para conseguir el privilegio real y que terminó por desestabilizar el Duque de Lerma cuando se quedó con todos los trozos del pastel. Rompió la baraja y, de paso, las reglas del juego. Todo el poder para él.

Pero el Duque de Lerma era diferente. Desvergonzado en sus maniobras, insolente y sabedor de su poder, manejaba a su antojo al monarca para hacer y deshacer negocios lucrativos. El más llamativo fue cuando convenció a Felipe III, en 1601, para que trasladara la corte de Madrid a Valladolid. Antes, el muy taimado, había adquirido numerosos terrenos y palacios en la capital pucelana para venderlos a la Corona, con el consabido beneficio. Un especulador puro y duro.

Pero no satisfecho con aquella maniobra, que lo convirtió en el hombre más rico del Imperio, seis años después volvió a convencer al rey, débil y alejado del gobierno, para devolver la corte a Madrid, donde, previamente, había repetido la operación urbanística, comprando numerosas viviendas y palacios, que en aquel momento estaban muy baratos. Y no debemos olvidar, el alto coste que pagó el Concejo de Madrid por el dichoso traslado.

Operaciones y pelotazos inmobiliarios

Años de poder y gloria, de descaro y avaricia, argucias y operaciones para amasar un inmensa fortuna. Y es que, entre los años 1599 y 1618, todo pasaba por las manos del Duque de Lerma. Un periodo en el que comenzó la decadencia del Imperio, un deterioro económico y una debilidad manifiesta para los enemigos de España (No se podía hacer frente a la devolución la deuda que y la Hacienda Real tuvo que suspender pagos en 1607). En aquella época se firmaron varios tratados de paz con Inglaterra, Francia y Holanda; y también se expulsó a los moriscos (1609).

Aquel deterioro económico que estaba haciendo tanto daño encendió la mecha para provocar la caída del poderoso Duque. Así, la Reina Margarita, esposa de Felipe III, reuniendo bajo su amparo a todos los nobles que habían sido perjudicados por las andanzas de Francisco de Sandoval, preparó un proceso contra él. Tras minuciosas investigaciones, se descubrieron entrados de corrupción e irregularidades. A parte del Duque, uno de los acusados fue su hombre de confianza, Rodrigo Calderón de Aranda, que fue ejecutado en Madrid en 1621.

El Duque se viste de Cardenal

Taimado y astuto, viendo el percal, maniobró para evitar la condena y el escarnio. Y, en parte permitido por Felipe III, su siempre valedor, solicitó de Roma el capelo cardenalicio para así protegerse de cualquier proceso judicial. De todos era sabido que el clero gozaba de inmunidad y por eso buscó esa salida. Desde entonces se hizo famosa la coplilla: “Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España se viste de colorado”.

El mismo monarca aconsejó al Duque de Lerma que se retirara de la vida pública y así lo hizo, recluyéndose en Valladolid en 1625. Y desde allí, el que había sido el hombre más rico y poderoso del imperio, observaba impotente como se disputaban su sitio de influencia los mismos que habían buscado su caída: El Duque de Uceda (su propio hijo) y el Conde-Duque de Olivares.

Cuando llegó al trono Felipe IV, el Conde-Duque, aprovechando la coyuntura, ordenó el embargo de todos los bienes y rentas de Francisco de Sandoval, restringiendo sus movimientos a sus posiciones de Valladolid y Burgos. Entre lamentos y achaques, el viejo cardenal, cada vez de peor salud, en una carta al Papa se quejó: “Yo estoy destruido en reputación, en salud y en hacienda, sin que nadie haga caso de mi dignidad y sacerdocio”.

La historia de un truhan de palacio, del noble más listo y astuto que supo amasar una inmensa fortuna gracias al tráfico de influencia, a la venta de cargos y a poderosas operaciones especulativas e inmobiliarias. Una fortuna gigantesca que equivaldría al coste de levantar otros cinco palacios como El Escorial.

Como vemos la corrupción ha existido siempre y por desgracia, seguirá existiendo.