Seleccionar página

El comercio global

Intercambiar productos para obtener un beneficio, descubrir veredas y sendas para ampliar el mercado, buscar nuevos productos y ofrecer la excelencia: el comercio, siempre el comercio, desde la antigüedad, y siempre buscando nuevas rutas para intercambiar materias primas: cereales, metal, aceite, oro, plata, vino, especias, telas y un sin fin de productos que viajaban de un lado al otro del mundo.

 

Los griegos y los fenicios por el Mediterráneo, establecían emporios o factorías comerciales para poder intercambiar con lo pueblos del interior y hacer un trueque provechoso. Después vinieron los cartagineses, que heredaron los puertos fenicios y que, debido a su enorme expansión, se enfrentaron contra los romanos para hacerse con el control del Mare Nostrum. Tras la segunda guerra púnica, ganaron las legiones de Roma y se hicieron con aquel ansiado comercio.

 

Y tras la caída del Imperio de occidente, por el Mediterráneo, a través de Bizancio (Constantinopla) también empezaron a entrar otros codiciados productos provenientes del lejano oriente (de hecho, ya llevaban tiempo llegando a través de mercaderes que cubrían grandes distancias en caravanas de camellos). Y todos conocemos la Ruta de la Seda, vía comercial que adquirió gran fama y notoriedad y que fue muy conocida a raíz de los viajes de Marco Polo. Los venecianos se hicieron con este comercio de las especias y sedas orientales para crear un potente imperio.

 

Las especias, la mercancía más cotizada

 

Los portugueses, como expertos navegantes y con el anhelo de hacerse con el control de aquel mercado tan floreciente de las especies, sobre todo tras la caída de Bizancio y el cierre de la Ruta de la Seda (con el consiguiente encarecimiento de los productos), emprendieron rumbo al sur por el Océano Atlántico. Tras Vasco de Gama, empezaron a bordear África, doblando el cabo de Buena Esperanza y dispusieron numerosos puertos a lo largo de la costa. Habían llegado a las Indias, la Especiería era suya y el monopolio de aquellos productos también. Y eso se notó en el Mediterráneo.

 

Y los españoles, viendo el percal, viendo que se quedan rezagados en aquella carrera, de la mano de Cristóbal Colón, pusieron rumbo al oeste para llegar a las Indias atravesando el Océano, temido y respetado, donde se creía que terminaba el mundo (Finisterre). No contaban con que, en su camino se interpusiese un trozo enorme de tierra, y menos mal que lo encontraron pues lo cálculos eran erróneos para llegar al destino.

 

A pesar del descubrimiento no cejaron en su empeño de encontrar un paso que les condujese a la tan añorada Especiería. De ahí que Magallanes, conocedor de los rumbos portugueses y experto navegante, ofreciera la alternativa al rey – emperador. Y se consiguió llegar (estamos celebrando el V centenario de aquella gran hazaña) y tras la vuelta al mundo de Elcano, el objetivo quedó claro: conquistar las Molucas – las islas de la Especies y hacerse con el mercado de ese producto. Varias expediciones lo intentaron y aunque conseguían llegar, el regreso al Nuevo Mundo era imposible.

 

El tornaviaje, una nueva ruta comercial

 

Hasta que llegó Andrés de Urdaneta (otro día hablaremos de él) que tras embarcarse con Miguel López de Legazpi para conquistar las Islas Filipinas (en honor a Felipe II), tuvo la determinación de coger la corriente exacta (posteriormente conocida como del Kuro Shivo) y llegar a Nueva España, vía California. Descubría el tornaviaje, cuestión crucial en aquel objetivo.  Empezaba aquí una ruta comercial fija que conectaba Manila con Acapulco, comenzaba aquí la ruta del Galeón de Manila o Nao de China.

 

A partir de aquí, con una regularidad de dos viajes al año y a veces con varios barcos, comenzaba la primera línea marítima regula de la historia. Una ruta que duró más de 250 años y que conllevó al domino del Pacífico por parte de la Corona Española, un enorme Océano que fue conocido como Mar del Sur. Además, aquella ruta comercial, provocó el auge de Nueva España, enriquecida por todo aquel trasiego marítimo de mercancías lejanas.

 

Jade, sedas, marfiles, porcelanas, mantones y especies, muchas especies, llegan a Acapulco proveniente, la mayoría de China, siendo el puerto de salida, Manila, que floreció enormemente. Los chinos, hábiles por naturaleza, detectaron las necesidades de los españoles y le dieron lo que venían a buscar a cambio de la plata de Nueva España.

 

El Galeón de Manila

 

Aquel intercambio comercial provocó la primera globalización en pleno siglo XVI. La plata española en China y la porcelana China o las sedas o el jade en España y, por consiguiente, en Europa. El Galeón de Manila y su conexión en el caribe con la Flota de Indias, todos los medios dispuestos para el comercio, para la grandeza del imperio.

 

El Galeón de Manila, una ruta digna de mención y que da para muchos libros y largometrajes. Hoy os dejo una pincelada pues en su establecimiento fallecieron muchos hombres y se perdieron numerosas expediciones; incluso Hernán Cortés financió alguna que otra expedición con tal de descubrir la corriente de vuelta. Un hito enorme que, como siempre es poco conocido y lo damos poco, o nada, a conocer.

 

Primera Globalización

 

Navegantes intrépidos, puertos que crecieron al albor de aquel trasvase de mercancías, un mundo más abierto y cercano, productos de todos los rincones y un comercio floreciente del que muchos autores tienen libros y manuales, podcast e, incluso películas. Aunque hay muchos historiadores que escriben sobre el tema (Galeón de Manila), yo me permito recomendaros un par de enlaces para profundizar en ese comercio por el Océano Pacífico, de dominio español durante casi 3 siglos, y esa primera globalización comercial que conectó oriente con occidente en pleno siglo XVI:

 

 

Para saber más sobre su capacidad de carga, de la fabricación de las embarcaciones, de su maniobrabilidad y difícil captura, de las pocas naves hundidas o apresadas durante los 250 años o de las diferentes mercancías transportadas, os invito a que os zambulláis en la historia, a que buceéis y saquéis a relucir nuestro pasado, que es digno de conocerse.

Galeón de Manila