Llegué al sitio señalado con el ímpetu de un chaval de quince años que pretende impresionar a una muchacha de buen ver, con su porte y gallardía. Bajé del coche con el entusiasmo apropiado y saludé a la comitiva organizadora que me esperaba a las puertas del auditorio, luciendo sus mejores gestos. Buenas caras, trato exquisito y un cruel destello de amargura bajo el dintel de la puerta de mis desvelos. Los augurios estaban escritos y no habría deidad que lo impidiera.
Apretones de mano, de firme convicción, desentrañaban los pormenores de unos fastos indeseables pero necesarios. Todo estaba preparado para la función y el protagonista se encontraba a punto de entrar en escena.
Me sentía enormemente afortunado con aquel recibimiento. La comitiva abría paso y me escoltaba convenientemente, como si fuese un galán de cine que estaba dispuesto a realizar su rueda de prensa tras el estreno de su película. Agasajo, prebendas y unos rostros ilusionados, ante la entrada de aquel escenario. Todo parecía en su sitio pero la rueda de la fortuna, en el aquel preciso instante, dejó de girar para mi.
Aquel maldito escalón iba a jugar un papel crucial en el devenir de los tiempos. Mirando hacia el frente, con mi mejor cara, no me percaté de aquel elemento invasor, macabro borde de mármol que izaría para siempre los rescoldos de mis lamentos.
Con el ímpetu que me caracteriza, y pretendiendo hacer una entrada triunfal (como suele decirse: con el pie derecho), tropecé de mala manera con aquel peldaño impertinente y todo se desboronó a mi alrededor. Me precipité hacia los primeros espectadores y choqué con un camarero que portaba una bandeja de canapés. El estruendo fue asombroso y el bochorno digno de ser recordado. No pude entrar con peor pie en mi futuro pero no quedaba más remedio que levantarse y seguir caminando
¡vaya tela! A veces es más el hecho de que lo estás pensando » me voy a caer, me voy a caer… y pam! te caes» pero hay algo que has dicho y es que hay que seguir adelante. Con o sin pie derecho. Un saludo!
Totalmente de acuerdo contigo. A pesar de todo, levantarse y seguir. Me alegro que te haya gustado y gracias por tus palabras. Un cordial saludo
Hola Jose Carlos,
¡Qué pomposidad, qué pretensiones, qué responsabilidad!, y al final un acto desafortunado, pero totalmente humano le pone en evidencia, y parece que lleva al traste su «Entrada triunfal»; a veces, cargamos con tanta presión por diferentes razones que ésta debe respirar por algún sitio, así que un minuto de verguenza, apuro, y ridículo, y luego a levantarse y seguir de manera natural!, ya que a mi modo de ver la naturalidad siempre triunfa! 🙂
Saludos,
Pues sí, son situaciones que pueden darse perfectamente por muy bien que tengas planeado todo. Un traspies, un tropiezo y todo por los suelos. Pero no queda más remedio que levantarse y continuar. Naturalidad y sonrisas en el camino. Un abrazo y me alegro que te haya gustado