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Las gotas salpicando quedamente,

en el transparente marco de tus ojos,

que retratan tu tibia presencia,

al cobijo de aquel antojo;

de una lumbre en el cristal,

de un corazón en manojos,

dibujado en el vaho eterno,

con mi índice y un sonrojo.

 

Lluvia en la tarde aplomada,

añoranza de tiempos rotos,

lágrimas desperdigadas,

por el espejo de tu rostro.

Y en la mirada infinita,

perenne reflejo de tu aplomo,

se moja eterna la vida,

y por allí yo, sin querer, me asomo.