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La gesta de Elcano

Y llegó Juan Sebastián Elcano a Sanlúcar de Barrameda, habiendo dado la vuelta al mundo, embarcado en una nao destrozada, en una cáscara de nuez si lo comparamos con la actualidad. Una tremenda gesta repleta de osadía, fortuna y giros milagrosos, una hazaña sin parangón que llevó a 19 supervivientes, almas en pena que apenas se tenían en pie, a culminar una empresa increíble, con las consecuencias que aquello traería.

Y Elcano así se lo hizo saber al emperador, Carlos I, que, tras entrevistarse con el ilustre marino, ideó otra empresa aún más grande. Quería volver a mandar una expedición, hacerse con el control de aquel estrecho que conectaba dos océanos, llegar a las Molucas y conquistarlas en nombre de la corona española. Y todo para controlar el mercado de las especias, un comercio ingente que movía mucha riqueza en el mundo.

Pero para aquel propósito, primero tenía que controlar el paso, el famoso estrecho que cruzó Magallanes. Y esta tarea no era nada fácil. De hecho, aquella expedición ambiciosa, puesta en marcha tres años después del regreso de Elcano, comandada por García Jofre de Loaísa y en la que iba el mismo marino de Guetaria, fracasó. Incluso fallecieron los dos durante la travesía. De 7 embarcaciones, solo atravesaron el estrecho 4 y solo una llegó a las Molucas, maltrecha y sin margen de maniobra.

Una marino de Moguer

Aquel paso fundamental entre los océanos, aquel estrecho sería una oscura sombra que amenazaría constantemente las expediciones, los viajes para intentar cartografiar la zona o colonizarla. Después de Elcano, nadie había logrado llegar, atravesarlo y volver para contarlo. Pero, un cuarto de siglo después de aquella gesta, surgió la figura de un magnífico marino onubense, natural de Moguer, que llegó, exploró, cartografío y volvió para contarlo. Me refiero a Juan Ladrillero.

Como la mayoría de los moguereños llevaba el mar en la sangre, curtido por la experiencia de uno de los puertos más importantes de Europa y África en 1505, llegando a desarrollar una gran actividad comercial y pesquera. Moguer forjó grandes marinos, llevados por aquella corriente de sal, repleta de oportunidades y aventuras. Así, Juan Ladrillero, con 30 años, cuando rindió examen como piloto de la Flota de Indias, ya había cruzado el Atlántico más de veinte veces, se había convertido en un excelente cosmógrafo y en un reputado astrólogo. Tal fue su fama que fue requerido por el explorador Pascual de Andagoya para que lo acompañase, al mando de tres embarcaciones, en el reconocimiento de la costa de Tierra Firme y Perú.

Juan navegó muchas horas por aquellas latitudes, explorando y reconociendo aquellas costas, demostrando su valía y sembrando experiencia. Y allí, en Chuquiago (Bolivia), después de miles de millas náuticas, después de multitud de temporales, galernas y marejadas, decidió retirarse con su familia. Aunque no cesé en aquella tarea exploradora pues fue el primer europeo en explorar y cartografiar el lago Titicaca.

Una misión complicada

Pero ahí no quedó el asunto pues alguien lo sacaría de aquel retiro. El gobernador de Chile, García Hurtado de Mendoza, se había propuesto una tarea complicada, una empresa que sus predecesores no habían conseguido: reconocer y tomar posesión del estrecho de Magallanes, en nombre del emperador de España. Pero para aquella misión tenía que contar con el mejor, que no era otro que Juan Ladrillero. Y aquí empezó la odisea, la gesta, la aventura.

La expedición, que estaba compuesta por dos pequeñas naves, de 50 toneles cada una, y un bergantín, en las que viajaban 60 tripulantes, partió del puerto de Valdivia el 17 de noviembre de 1557, con el convencimiento de que aquel viaje era una locura, algo irrealizable.

Al poco de partir los elementos hicieron acto de presencia. Una tormenta se tragó al bergantín y, poco después, separó las dos naves. Lo previsible se hacía realidad y todo apuntaba al fracaso.

Solo en los confines del mundo

Temporales traicioneros y un océano indomable que todo lo puede y que destrozó una de aquellas naos, la San Sebastián, al mando de Francisco Cortés Ojeda. Los supervivientes de la misma, ansiosos por regresar, pudieron construir un pequeño barco con los restos de la embarcación y regresar a Valdivia. Pero ¿y la San Luis, en la que viajaba Ladrillero? ¿Qué había pasado con la otra nao? Todos la daban por desaparecida, pero no contaban con la perseverancia de aquel excelente marino onubense.

Aquellos confines del mundo, aquella costa maldita de Chile, bañada por las furibundas aguas del Pacífico, era considerado el fin del mundo pero aquello no arredró a Ladrillero. Tenía el convencimiento de que podía encontrar la entrada y se había empeñado en cumplir la misión encomendada. Ni el terrible oleaje, ni las escarpadas rocas, ni el frío extremo ni el desánimo de sus hombres podrían impedírselo.

Así, sobrepasando los límites, aguantando lo indecible, un día logró dar con una entrada al estrecho, desde el borde exterior de la Isla Desolación. Y por aquel lugar se aventuró la San Luis. Con todas las circunstancias adversas posibles, con la desesperación propia de los aventureros, un día no tuvo más remedio que detenerse en un puerto natural y así esperar a que pasaran los días más difíciles del invierno. Aquel puerto fue bautizado como “Nuestra Señora de los Remedios” y estuvieron fondeados 4 meses.

Llegó, exploró y volvió para contarlo

Y por fin, el 9 de agosto de 1558, llegaron a la entrada oriental del estrecho, al principio de la Tierra de Fuego, en el cabo Posesión. Y allí, Juan Ladrillero, consciente de su hazaña, tomó posesión del estrecho en nombre de Felipe II. E inmediatamente mandó virar la nao para iniciar la travesía de vuelta, esa segunda etapa de la misión que nadie sabía cómo acabaría. Llegar, explorar y volver para contarlo, esa era la idea, una empresa repleta de osadía.

Nadie sabía nada, los días pasaban y la pesadumbre, en Valdivia, reinaba a sus anchas. Y desde allí, al no saberse nada de la San Luis, al creerse en el fondo del océano, las noticias nefastas se difundían por el mundo con un mensaje muy claro: jamás se podría atravesar el estrecho de Magallanes, aquella tierra estaba cubierta por un halo maldito.

Pero los astros se alinean de vez en cuando para favorecer al intrépido, pues la suerte favorece al que lo intenta, al que persiste. Así, en enero de 1559, cuando se había perdido la esperanza, la San Luis, prácticamente destrozada, con la mitad de la tripulación desaparecida y la otra famélica, enferma y desfallecida, arribaba al puerto de Concepción habiendo cumplido la misión, consiguiendo lo que nadie había conseguido. Pero, a diferencia de Elcano y sus hombres, no hubo gloria para Ladrillero y los suyos.

El marino silenciado

A pesar de recoger todo el viaje en su diario, con todo lujo de detalles a lo largo de las más de 6500 millas recorridas, la hazaña no se dio a conocer y los documentos de Ladrillero jamás vieron la luz. A Felipe II le convenía que la leyenda del cerramiento del paso siguiera vigente, que aquel paso seguía siendo impracticable, cortando de raíz el ímpetu de otras potencias a explorar la zona. Y ante aquel panorama, ante la opinión pública, la expedición había sido un fracaso. El rey creyó oportuno silenciar la hazaña y al propio Ladrillero, pues nada se supo de él a posteriori.

Y es cierto, Juan Ladrillero, con minuciosidad, había tomado nota de todo, cada accidente, cada detalle, cada circunstancia, cada rincón, los recursos y los pueblos que se encontraban No dejó nada por apuntar en su cuaderno de bitácora, en aquel derrotero, al que llamó “Descripción de la costa del Mar Océano desde el sur de Valdivia hasta el estrecho de Magallanes”. Este diario de viaje se conserva en el Archivo del Museo Naval de Madrid.

Juan Ladrillero, un marino excelente de Moguer (Huelva), que culminó una hazaña que aún hoy no aparece en los libros de historia. Su nombre ha pasado y aún pasa desapercibido, aunque se le considera el segundo descubridor del estrecho, tras Fernando de Magallanes, y el que demostró que aquel paso era navegable.

El capitán Ladrillero, no obtuvo fama ni riquezas, ni tiene estatuas ni monumentos, pero sí tuvo pericia, conocimiento, valentía y habilidad para cumplir una misión, para llegar al estrecho, cruzarlo de un extremo al otro y volver para contarlo. Una hazaña más, un personaje más de nuestra historia que debe ser conocido y reconocido.

Juan Ladrillero