Gestas y hazañas
Gestas por doquier, valentía a raudales, héroes y heroínas, ríos de tinta para escribir libros de aventuras donde la realidad supera, en este caso, a la ficción. Episodios donde se mezcla la épica con la locura, el temor a lo desconocido con la audacia. Tretas, desplantes, refriegas y descubrimientos. No busquemos mayor historia que la nuestra y debemos conocerla y divulgarla, para que nunca se pierda.
Y hoy os traigo las andanzas de otro personaje, carismático y mítico, como es el caso de Julián Romero, conocido por sus gestas y aventuras heroicas, al igual que el ya legendario Hernán Pérez del Pulgar, del que ya escribí en una ocasión: Hernán Pérez del Pulgar Resulta que nuestro protagonista, conquense de nacimiento, fue considerado por sus coetáneos, compañeros y camaradas, como un héroe en vida, un modelo a seguir en el campo de batalla. Incluso para los mandos y oficiales fue un orgullo, al que apreciaban y consideraban con respeto.
Y todo comenzó a una edad temprana, desde que se alistara con 16 años en el ejército como mozo de tambor. Fue aquel el pistoletazo de salida para una carrera de armas apoteósica e imparable, donde alcanzó fama y gloria dentro de la milicia. Es cierto, poco se sabe de aquellos primeros años, tan solo que fue bisoño, dicen que tocando el tambor, y que se hizo soldado de los tercios en Italia, donde aprendió el oficio y, a buen seguro, que pelearía en buena lid a las órdenes del virrey de Nápoles, donde permaneció una temporada. Por los años, por la situación y por el contexto, a buen seguro que estuvo y participó en la toma de Túnez, embarcado en las galeras de Nápoles, como le correspondía.
De Italia a Flandes, pasando por Inglaterra
Aquí, y esto es muy reseñable, he de mencionar el periplo donde Julián entró al servicio, como mercenario, de Enrique VIII de Inglaterra. ¿mercenario de los ingleses? Pues sí, también se le cuenta en su haber pues su oficio era militar, ser soldado profesional, de los buenos y en una época más de bonanza para los españoles, él se embarcó hacia otros rumbos. Y allí, en la pérfida Albión, se volvió a ganar los galones, acrecentando su fama. Participó en la batalla de Escocia y en la toma de Boulonge, donde se derrota a los franceses. Y allí, durante su estancia en Inglaterra, Julián es nombrado “Sir”, es armado caballero.
Pero Julián, a pesar de sus andanzas como soldado y ser un profesional de las armas, era católico creyente y no quería estar más tiempo en aquellas tierras inglesas. Así, un día, harto de aquello, decidió poner fin a su aventura mercenaria, diciendo: “No quiero seguir sirviendo a herejes”. Y ¡claro está!, volvió a servir a su emperador, al de verdad, a Carlos I, en 1551. Fue un paréntesis en su dilatada vida. En 1552 es nombrado capitana y es aquí, en esta década, donde Julián, junto a sus hombres, combate con fiereza y valentía contra los franceses en Flandes. Aquí empieza a hacer honor a su mote, con el que fue conocido: “El de las hazañas”.
Maestre de Campo y Castellano
En estos años, nuestro protagonista, nunca estaba de brazos cruzados: fue hecho prisionero durante el cerco de Dinant; participó activamente en la Batalla de San Quintín, donde fue herido en una pierna, de la que nunca se recuperaría y le dejaría una cojera de por vida; tras esto fue nombrado “Maestre de Campo”. Igualmente, combatió en Gravelina, tras la cual, por su valor y comportamiento, fue hecho castellano de Dambilliers en 1559 y, posteriormente, de Douay (1561).
Por si no lo sabéis, os aclaro que ser nombrado castellano de algún lugar, era algo importante pues se le encargaba la guarda, la defensa y el gobierno de una castellanía, que incluía, muy a menudo, un castillo e. incluso, los terrenos colindantes. Así que Julián fue nombrado responsable de aquellas dos ciudades flamencas.
Resulta que, en aquellos menesteres, llevaba tiempo Julián intentando vestir el hábito militar de Santiago y por ello presentaba pruebas de su limpieza de sangre. Tiempo de espera en el que la decisión de dilataba, sobre todo por las declaraciones de ciertos testigos que aseguraban que, si bien era limpio y cristiano viejo, era nieto de pecheros. Y no es más que los Romero, de las tierras de Cuenca, eran labradores. Momentos de una burocracia y unas directrices que solo se entienden miradas con los ojos de la época.
Viste el hábito de Santiago
Lo cierto y verdad que, con todo merecimiento, el papa Pío IV expidió una Breve dispensa para que Julián tomara el hábito de Santiago, siendo firmada tal concesión por Felipe II en Bruselas el 10 de julio de 1558. Pero toda noticia viajaba despacio y no llegó a su conocimiento. A pesar de ello, sin haberse aceptado las pruebas aún, antes de ser firme el nombramiento, el 22 de junio de 1559 se le concedió la Tenencia de Jerez de los Caballeros, aun cuando todavía no tenía el hábito. Lope de Vega, el Fénix de los Ingenios, lo refleja en una de sus obras, al poner en boca de su héroe estas palabras: “No puede hacerme el Rey bueno -si no lo fuera ya”.
Aquí empieza un momento de asueto, en lo que a lo militar se refiere, para Julián pues resulta tras las Paz de Cateau-Cambrésis con Francia, tantas tropas en Flandes no eran necearías por lo que los propios habitantes del lugar pidieron que las retiraran. En 1561 estaban de vuelta en España, pero Don Julián no llegaría hasta 1563. Estando en Madrid se enamoró y se casó con María Gaytán, el 30 de julio de 1564, siendo nombrado, poco después, gobernador de la isla de Ibiza cargo en el que permaneció hasta 1566. También fue comendador de Mures y Benazuza desde 1565 hasta 1571.
Sicilia y el Socorro de Malta
Poco más duró el descanso para Julián pues García de Toledo lo puso al frente de una compañía para marchar a Sicilia, ya que se estaba preparando el socorro de Malta, donde también combatió nuestro protagonista, venciendo al turco. Una vez ocurrido el episodio, fue nombrado maestre de campo del Tercio de Sicilia, que fue creado precisamente para aglutinar las compañías dispersas en Mesina y Malta.
Y de Malta a la Goleta, para seguir combatiendo la amenaza turca pue Felipe II decidió mandar allí 5000 veteranos, entre españoles, alemanes e italianos, que se unieron al resto de hombres para aglutinar un contingente de 12000 soldados, a las órdenes de Hernando de Toledo. Y junto a estas fuerzas, en 1566, fue Julián Romero, dispuesto a batirse con el enemigo, preparado para demostrar lo que valía.
Siempre Flandes
Flandes siempre Flandes y es aquí donde Julián se destaca, donde demuestra sus dotes de combate, su maestría con las armas y su lucidez en el campo de batalla. Porque servía para ello y disfrutaba, era hombre de guerra y no dudó en unirse al contingente de 10.000 hombres que, al mando del Duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo, partió en abril de 1567 hacia los Países Bajos con la misión de sofocar la rebelión político-religiosa iniciada en 1566.
En plena contienda, al mando del tercio de Sicilia, como era natural, participó activamente en la campaña en Frisia contra Luis de Nassau y en Brabante con Guillermo de Orange, en 1568. A partir de aquí, y hasta 1572, se inició un periodo de tensa calma. Julián estuvo en la guarnición de Malinas, al mando de 5 compañías. Aprovechando aquella paz momentánea, don Julián pidió permiso para regresar a España por una temporada lo que aprovechó para atender unos asuntos particulares. En este periodo recibió, por cortesía de Felipe II, el 21 de abril de 1571, una nueva encomienda de Santiago, la de Peñausende.
Nacimiento de su hija
En mayo de 1571 nace su hija Francisca pero la disfrutó poco tiempo ya que, al poco de nacer, se embarcó junto a las tropas del IV Duque de Medinaceli, Juan de la Cerda, que partía hacia Flandes, enviado por Felipe II, al frente de una armada de 9 naos de guerra a sueldo del rey y otras 30 artilladas y cargadas de mercancías, de la que nombró capitán general a Juan Martínez Recalde, el famoso almirante de la escuadra de Vizcaya en la Gran Armada de 1588, con la misión de socorrer al ejército de Flandes y conducir a salvo más de 14.000 sacas de lana consignadas principalmente a la ciudad de Brujas. Además, su misión, en principio, era tomar el gobierno de la región, sustituyendo al Duque de Alba, que con su política belicista había encendido los ánimos.
Antes de embarcar hacia aquel viaje definitivo, Julián fue recibido por el mismísimo Felipe II que lo nombró consejero en Flandes, cargo que desempeñó nada más llegar, puesto que se incorporó al Consejo de Guerra que allí había.
El héroe de Flandes
Y empiezan las desventuras y hazañas, la contienda y la heroicidad. En abril de 1572, el puerto zeelandés de Brill es tomado por los “mendigos del mar”, que eran marineros y pescadores de Zelanda, Holanda y Frisia, convertidos en piratas. A partir de este momento, de esta delicada situación, muchas otras ciudades de la costa holandesa y zeelandesa se levantaron en armas. A la vez, para tensar la situación y complicarla, un combinado de fuerzas franco-flamencas, al mando de Luis de Nassau, tomaba la ciudad de Mons.
Un golpe tremendo para la estabilidad y para el orgullo. Alba, sin ambages, decidió, antes que nada, concentrar todas sus fuerzas en recuperar la plaza de Mons, para la cual envió a la flor y nata de su ejército, al mando de su hijo Fadrique. Campañas interminables, condiciones muy duras, combates por doquier y tremendos asedios para pacificar los Países Bajos, para recuperar las plazas perdidas, para restablecer el statu quo. Y con Don Fadrique iba Julián Romero, protagonizando numerosos episodios repletos de valentía y épica, como la batalla que libró contra el señor de Genlis, en las inmediaciones de Quiévrain; o la famosa encamisada, para matar a Guillermo de Orange y que él dirigió, al frente de 600 arcabuceros, la noche del 11 de septiembre de 1572.
Rendición de Mons
Finalmente, el 19 de septiembre de 1572, la ciudad de Mons se rinde y sus ocupantes, entre los que se encontraba Luis de Nassau, son perdonados, cuestión esta que sorprende a los combatientes. Tras Mons, Alba envió a su hijo con la misión de poner cerco a las ciudades rebeldes del norte. Con esta premisa, y con el ímpetu de un ejército envalentonado, las ciudades de Malinas, Zutphen y Naarden fueron tomadas y arrasadas, lo que contribuyó a sembrar el pánico y a que el resto de ciudades abrieran sus puertas sin oponer resistencia. Solo una se resistió: Haarlem.
El asedio de Haarlem marcó un antes y un después en toda la campaña pues el avance se enquistó, las pérdidas fueron grandes y lo que resultaba fácil se torcía notablemente. Ya hablé en su momento de este asedio y de la famosa carta que el Duque de Alba manda a su hijo para que, finalmente, y tras infructuosos intentos, don Fadrique toma la ciudad. Pero costó, ¡vaya si costo! Y don Julián, fue protagonista de muchos episodios épicos.
Cojo, manco y tuerto
Nuestro protagonista ya sufría en su cuerpo las consecuencias de la guerra continua, pues cojo y manco se exhibía con valor, dando ánimos a los hombres. Pero, para que no le faltara un detalle, a los 10 días de comenzar el asedio de Haarlem, Julián fue herido en un ojo con la mala fortuna que lo llegó a perder. Manco, cojo y tuerto, un medio hombre que, años más tarde, tendría su réplica en Don Blas de Lezo.
Y se produce un cambio de gobernador en Flandes, siendo nombrado como tal Luis de Requesens, pero a pesar de este detalle, Julián siguió teniendo protagonismo, tanto en asuntos militares como políticos puesto que Don Luis, contó con él para grandes tareas de responsabilidad. Aunque esta nueva etapa no empezara con buen pie pues, recién llegado, fracasó el intento de tomar la ciudad de Middelburg, en la isla de Walcheren, en la costa zeelandesa.
Y no le faltó nada a nuestro protagonista porque, incluso, fue nombrado comendador para dirigir una escuadra, pero en estas lides marítimas, Julián no entendía de mares y la escuadra española fue derrotada por la holandesa, mucho mejor dotada y preparada. En este episodio, ante la inminente derrota y hundimiento de su barco, Julián se lanzó al mar y alcanzó la costa a nado.
Siempre en peligro de muerte
Pero seguían las peripecias y aventuras de Julián. En abril de 1574 acaeció la victoria española en Moock, a orillas del Mosa. En ese momento, las tropas amotinadas en aquel marasmo de conflictos y guerrillas, se dirigieron hacia Amberes, en la que asaltaron la casa del burgomaestre, lugar donde se encontraba nuestro protagonista, que estuvo a punto de perecer en el enfrentamiento.
También en Leyden aparece Julián, que acude presto para ayudar en el asedio, pero, al ser imposible tomarla, tiene que levantarse el sitio. Y como no, en las conversaciones de Breda con Guillermo de Orange, en 1575, está presente Julián Romero en calidad de comisionado, por la parte española, en calidad de rehenes, junto a Cristóbal de Mondragón.
Caos en Flandes: saqueo y motines
Pero acaeció la muerte de Requesens el 5 de marzo de 1577 y todo se vino abajo. A pesar de que Julián Romero asumió el mando, el caos fue absoluto. Falta de soldada, distancias kilométricas, guerras eternas y clima extremo, circunstancias que avivaron el fuego de la discordia. Todo era caos y desorden en Flandes. En el aquel momento, mientras que se nombraba el sustituto de Requesens, el gobierno de Flandes, quedó bajo el Gobierno del Consejo de Estado, aunque quien de verdad lo ejercía era Jerónimo de Roda, apoyado por el conde de Berlaymont.
Pero en aquellos lares no había paz en ningún momento, todo a expensas de que saltara una chispa. Y vaya si saltó. Tomada la ciudad de Zierickzee, sin producirse saqueos y sin que llegaran las pagas, los propios soldados se amotinaron, siendo declarados por el Consejo de estado como rebeldes y enviando al propio Julián contra ellos. Pero la hoguera seguía avivándose. En julio de 1576 el tercio español Francisco de Valdés se amotinó por el mismo motivo de las soldadas y ocupó la ciudad de Aalst para saquearla.
El Consejo de Estado, aprovechando la coyuntura y con los miembros leales a la corona arrestados, incluso alguno que cambió de bando, apoyándose en la indignación por los saqueos y el cansancio de la guerra, autorizó a la población a que se armase para expulsar a todos los españoles. Además, se unieron a los rebeldes holandeses unidades valonas y alemanas con el objetivo de luchar contra los españoles. Y en aquella situación tan caótica, los rebeldes intentaron apoderarse de Amberes. Más leña al fuego
Todo era caótico en Flandes y Julián sufriría las consecuencias, pues a punto estuvo de ser linchado. Se refugió y consiguió escapar, junto con Vargas, hasta llegar hasta Amberes, donde se formaría un gobierno militar, presidido por Roda. Julián pasó a Liera, donde se haría fuerte.
El saco de Amberes
Y con estos mimbres se produjo el “Saco de Amberes”, consecuencia de la mala gestión de las soldadas y de la quiebra económica de la corona. Así, los amotinados españoles, hastiados de tanta lucha en condiciones extremas, aguantando humedades y enfermedades, y sin recibir su paga, se dedicaban a saquear los pueblos de la campiña. Y ante aquella situación los flamencos se unieron a los rebeldes de Guillermo de Orange y combatieron ante aquel nuevo enemigo, que no tenía control alguno. Por cierto, Don Juan de Austria, nombrado nuevo gobernador, llegó tarde para evitar el desastre.
Los rebeldes flamencos, ayudados por sus habitantes, entraron en Amberes (unos 20.000 soldados) el día 3 de octubre de 1576 y tenían la intención de tomar el castillo, que estaba defendido por tropas españolas al mando de Sancho Dávila y Daza. Resulta que los amotinados de Aalst, que manifestaron que hasta que no cobraran no lucharían más, decidieron ir en socorro de las tropas españolas sitiadas, marchando sin descanso para llegar el 4 de octubre. Un dato curioso: en lugar de ondear bandera del rey, ya que se habían revelado y estaban en delito, ondeaban banderas de la Virgen María.
Aquellas tropas de refresco, con valentía y sin reponer fuerzas, consiguieron entrar en el castillo y reunirse con el resto de las tropas. El mismo Julián Romero también acudiría con sus hombres desde Liera para auxiliar a Dávila, así como Alonso de Vargas, con la caballería.
Llámese osadía o locura, pero a pesar de que las tropas rebeldes eran mucho más numerosas, los amotinados españoles y la guarnición del castillo se lanzaron al ataque por las calles de la ciudad, haciendo huir a los holandeses. Algunos de ellos se refugiaron en el ayuntamiento y fueron tiroteados por los españoles, que terminaron incendiando el edificio, fuego que se propagó por toda la ciudad. A continuación, viendo el caos provocado y ante el desorden generalizado, las tropas amotinadas se dedicaron a saquear la ciudad de Amberes durante 3 días, contándose los muertos por miles.
Pacificación de Gante y salida de los tercios de Flandes
Tras aquel saqueo, la indignación de las provincias y el Consejo de Estado fue enorme, firmándose la Pacificación de Gante el 8 de noviembre, pacto que exigía la salida inmediata de las tropas españolas de los Países Bajos. Don Juan de Austria, para no perder el control de todo el territorio, aceptó el pacto, firmando el 17 de febrero de 1577, el Edicto Perpetuo. Las tropas españolas saldrían de Amberes el 26 de marzo de 1577, con dirección a Italia. Se había perdido el fruto de diez años de esfuerzos por parte de la corona para recuperar el dominio de las provincias rebeldes.
Julián llegó a Italia a primeros de julio de 1577 pero poco duró pues la política de apaciguamiento fracasó y los tercios pronto volvieron a Flandes. Julián fue nombrado maestre de campo general para conducir a todo el ejército español, desde Italia hasta Flandes, a través del conocido como “Camino Español”. Pero no llegó a su destino, el camino, durante la expedición, murió de repente, sobre su caballo.
A partir de aquí nació la leyenda y su fama se extendió por todos los rincones, ya que se proclamaba su valor por encima de todo. Así Lope de Vega le dedicó una de sus obras de teatro (Julián Romero) y también recibió elogios tanto de historiadores de su tiempo como de los capitanes que pasaron por Flandes: Alba, Requesens, Juan de Austria. Incluso el Greco lo incluyó en uno de sus cuadros (Julián Romero y su Santo Patrono), imagen que ilustra este artículo.
Un héroe más, un personaje digno de novelas y películas. Os invito a leer más sobre Julián Romero, el soldado español que llegó a ser Sir. Por cierto, os recomiendo del libro de Jesús de la Heras: “Julián Romero, el de la Hazañas”. Es magnífico

Julián Romero, el de las Hazañas





















Espectacular narración, muy propia de ti, para describir la historia de un héroe legendario que pocos conocen y merece difundirse.
Gracias José Carlos.
Muchas gracias querido amigo. Otro personaje más, digno de homenaje, literatura o cine que apenas conoce la gente. Otro héroe carismático y con valentía que merece ser conocido, como tú bien dices. Me alegro que te haya gustado. Un fuerte abrazo