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Hechos cruciales

A lo largo de la historia se han producido hechos que han sido determinantes para el devenir de los años siguientes. Batallas, asesinatos, enfermedades y heroicidades que marcaron un antes y un después en los caminos históricos. Y en la larga guerra de reconquista española, tras la invasión musulmana en el 711, aquella que empezó Don Pelayo en Covadonga (718 o 722), y que culminó con la toma de Granada en 1492, se dieron varios hitos reseñables.

Lógicamente, el primer hecho a destacar fue la victoria de Carlos Martel y sus tropas en la batalla de Poitiers, el 10 de octubre del 732, frenando el avance musulmán. Una victoria determinante, crucial, pues evitó que los invasores prosiguieran su conquista por Europa.

Posteriormente habrá personajes fundamentales para esa guerra. El Cid, Fernán González, Alfonso VI, Fernando III, Jaime I y muchos otros protagonistas que pusieron su grano de arena en la historia, que defendieron la fe cristiana, sufrieron las continuas razzias musulmanas y lucharon por recuperar el terreno perdido.

Las Navas de Tolosa

Pero hoy me quiero detener en una batalla crucial, un batalla fundamental para culminar la reconquista y frenar el temible avance de los almohades, que amenazaban con revertir la situación y recuperar el terreno perdido. No quiero detenerme en detalles ni describir todos los hitos pues daría para varios libros o una tesis doctoral. Quiero dejar constancia del hecho, de su importancia, de su impronta en la historia. Hoy quiero hacer mi homenaje a la Batalla de las Navas de Tolosa, ocurrida el 16 de julio de 1212, en las estribaciones de Sierra Morena, en Jaén.

Y sí, hoy tocaría hablar de las invasiones sufridas por los pueblos del norte de África tras la disgregación del califato de Córdoba en los reinos de Taifas. Tocaría hablar de los Almorávides y de los temibles almohades, estrictos en la doctrina musulmana, que habían entrado como un vendaval en tierras de Al-Ándalus, imponiendo una observancia más radical del Corán y sus normas.

Los almohades amenazaban de nuevo, Toledo estaba en tensión y los reyes de aquel momento se abrían las carnes ante aquel panorama. Tocaría hablar de los caballeros calatravos, de la toma audaz del castillo de Salvatierra, de la derrota de Alarcos (y casi muerte) de Alfonso VIII por estos mismo almohades, de la fortaleza de Calatrava la Vieja y cientos de detalles que dan para series y películas.

Una Cruzada

Tocaría hablar de la Cruzada, decretada por el Papa Inocencio III por iniciativa de Alfonso VIII. Una cruzada en toda regla en la península ibérica que llamó a lucha a caballeros ultramontanos, sobre todo franceses. Caballeros templarios y de otras órdenes. Una unión para frenar a los temidos almohades, comandados por el califa An-Nasir que había decretado la Guerra Santa para derrotar a los ejércitos cristianos.

Tocaría hablar de Pedro II de Aragón, Sancho VII de Navarra y del arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, como impulsor de la cruzada, como organizador e intendente de las tropas que se iban aglutinando en Toledo, con todo el peligro que aquello tenía. Una figura relevante en aquel trance. Y también tocaría hablar de Diego López de Haro, Señor de Vizcaya, protagonista en aquel lance histórico.

También tocaría hablar del avance hacia Sierra Morena, de la desventaja de los cruzados, de la toma de Caracuel, del saqueo que realizaron los ultramontanos, de la deserción de la mayoría de ellos al prohibir Alfonso VIII las violaciones y saqueos, si las poblaciones se rendían. Tocaría hablar del pastor que condujo a las tropas por el camino oculto en los montes hasta llegar a la Mesa del Rey y dejar al califa almohade sorprendido, pues había dispuesto una trampa en la que no habían caído.

¡Aquí se viene a Morir!

Y también tocaría hablar de la batalla, de la disposición en el combate, de los nervios atenazados, del sudor en aquel día de julio, del temor a la derrota, recordando Alarcos, del potencial musulmán y del apoteosis final. Pues, cuando todo hacía presagiar el desastre, cuando al Señor de Vizcaya, siempre en vanguardia, apenas le quedaban hombres, cuando el empuje de las tropas del califa era más contundente y la esperanza se desvanecía por momentos, llegó la famosa y épica Carga de los tres Reyes.

En aquel momento de zozobra, con todo lo que llevaban a sus espaldas, muertos de miedo y sed, temeroso por la cercana derrota, Alfonso VIII gritó al arzobispo de Toledo, para que todo el mundo lo escuchara: “¡Aquí se viene a morir!” y diciendo esto, picó espuelas y se lanzó al combate. Pedro II de Aragón, Sancho VII de Navarra y el propio arzobispo, con las tropas de reserva, imitaron a Alfonso VIII y se lanzaron al ataque. Aquella carga desesperada rompió las líneas enemigas e insufló ánimos a los cristianos.

Tal fue el empuje de aquellos reyes, tal fue el ímpetu mostrado, que llegaron hasta la tienda de An-Nasir, vencieron a la guardia de élite que lo custodiaban e hicieron huir al califa. La victoria en las Navas era un hecho y se había puesto freno a los almohades, aquellos mismos que habían construido las Giralda en conmemoración de la victoria en Alarcos. No supuso su total derrota pero, a partir de aquel momento, empezaría su declive.

Una victoria crucial

Así es, tocaría hablar de tantos detalles, imágenes y curiosidades que no acabaría de escribir. Una hazaña que bien merece un homenaje cierto, una victoria crucial, un fecha para recordar y celebrar, una carga gloriosa y una batalla que pasó a la historia, que dejó su huella y fue determinante para el avance de la reconquista, pues abrió el valle de Guadalquivir a los cristianos.

En junio de 1236, 24 años después de las Navas, Fernando III el Santo conquistaría Córdoba. Y en el 1248 cayó la ciudad de Sevilla. Todo cambió tras aquella famosa batalla, todo fue más fácil, más llevadero. Una carga que dio la victoria, una victoria que cimentó una esperanza, un final de la ansiada reconquista. Una victoria fundamental que da para ríos de tinta, para horas de documental o películas.

Es cierto, hay hechos que determinan el futuro, el camino que debemos tomar, y la victoria de las Navas cambió para siempre el horizonte de la historia de España.