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Sinrazón

Una fugaz sacudida, una violenta tormenta que desata su ira de golpe, rasgando el velo de la cordura y pintando de sangre el respeto invisible. Calles desiertas, estertores de muertes en el ocaso del ayer y una madrugada impía en el gris de la vergüenza. 

            Despiadado látigo que sacude la conciencia, restallando la sin razón en volutas de odio y muerte. El caos me atrapa en un maraña de miedo para darme un zarpazo visceral y tétrico; todo ocurre en el suspiro del alma, en el tiempo suficiente para pasar de un lado al otro del mundo. Estoy en medio del huracán y nada me sostiene a la tierra.

            Y tras la fulgurante visita de la parca, que tremebunda se hace patente en el lugar más insospechado y utiliza las misivas más incomprensibles, todo es locura, gritos desgarradores y manos llenas de sangre. Otra agresión, otra puñalada en el corazón de la cordura que deja tocada a la raza humana.

  • ¿Es posible que nos estemos volviendo locos? ¿Es posible tanta furia? –me pregunto, impotente, ante la visión que horroriza mis sentidos.

            Me quedo sentado, con el rostro entre mis manos temblorosas, sollozando el nerviosismo patente y el terror que siento ante la escena de la que soy protagonista.

– ¿Hasta cuándo Dios mío? –hago una súplica airada pero no espero respuesta. El mundo ha perdido el norte.  

Sin escrúpulos, ni miramientos

            Todo ha ocurrido tan rápido que ni me da tiempo de sentir mis heridas.  Sin escrúpulos ni miramientos, de la pausa al ataque en el milimétrico momento que lo marca ese civismo pulverizado. Y como un gigante de pétreas manos, va aplastando esperanzas sin pensar, ilusiones nuevas y pasos por andar. 

            Todo de desgasta y la pesadilla despierta al hombre para colocarlo en la cruda realidad. Por desgracia, todo es real y puedo palparla, inerte, en silencio, justo a mi lado. Ojos sin brillo, vacíos de vida, cegados por la injusticia latente y por la codicia de poder.

            Muerte en el lienzo de la memoria, llanto en el decrépito mundo que, alguna vez, vislumbró la amabilidad en el horizonte. Todo se hunde a mi alrededor y sostengo los restos de lo que fue mi corazón, mi vida, mi entereza. Ya no está, ya no respira, ya no me abraza siquiera embelesada en mis ojos.

  • No, por favor. Despierta, no me dejes sólo.

Lágrimas de ceniza

            Llanto apagado, sin consuelo y sin pausa. Intentos vanos por desentrañar los secretos de la inmortalidad y devolver lo que nunca debió haberse ido. Pulso perdido, latido inerte y piel ajada por el polvo de la crueldad. Me esfuerzo por reanimarla, gritando enloquecido para que no me abandone. Mi razón se va con mi esfuerzo.

            Todo es inútil y la luz se apaga irremediablemente. La impotencia ha lacrado mi ánimo y me siento caer al abismo de la locura. La salvaje agresión, sin mediar palabra, ha sembrado de miseria el asfalto, cercenando los anhelos futuros. Desesperación luctuosa, tortura y lamento, preguntas sin contestar y el vacío más absoluto.

            Un silencio atroz tras la masacre, un ocaso profundo, nítido, que casi se escucha retumbar bajo las estrellas. La nada se abre ante mi, como una soledad intensa, de llagas y dolor. Todo sobra, la muerte ha cerrado los ojos de mi vida y la sin razón se ha impuesto otra vez, poniendo en tela de juicio la racionalidad del hombre. 

  • ¿Por qué? ¿En nombre de qué? –musito, entre dientes, buscando una respuesta inútil.

            Nadie responde, sólo el eco de la pérdida y las lágrimas del desconsuelo. Vuelvo a sumirme en el llanto, abrazado al amor de mi vida.

            El oscuro telón baja sus fauces sobre la escena, mientras las luces rojas los inundan todo. Preguntas sin responder, lamentos y murmuraciones. Nada es verdad y todo es mentira en esta catarsis de mis pasos, camino tenebroso que me ha tocado transitar.             La razón está herida de muerte y ya no creo en nada. La única certeza es que ella ya no existe, ya dejó de ser, ya no volverá jamás.