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Churchill

El presidente inglés, Arthur Neville Chaberlain, el 5 de octubre de 1938, defendió, ante las Cámaras de los Comunes, en el Parlamento británico, el Acuerdo de Múnich, un pacto por el que se cedía la zona de los sudetes, en Checoslovaquia, a la Alemania nazi.

Se pretendía, con aquel acuerdo, evitar la guerra, siempre poniendo en liza una política pacifista ante el auge del nazismo, de una tiranía atroz. Y no, Checoslovaquia no tuvo ni voz ni voto en aquel acuerdo pues ni siquiera acudió. Todos los parlamentarios aplaudieron aquel discurso y aquella decisión. Pero le llegó el turno de palabra a Winston Churchill:

Lo máximo que ha sido capaz de conseguir y en las cuestiones sobre las cuales todavía no se había llegado a ningún acuerdo ha sido que el dictador, en lugar de agarrar la comida de la mesa, se conformase con hacer que se la sirvieran plato por plato (…) No puede existir nunca la certeza de que habrá una lucha, si una de las partes está decidida a ceder por completo (…) La hora de la verdad no ha hecho más que comenzar.

Esto no es más que el primer sorbo, el primer anticipo de una copa amarga que nos ofrecerán año tras año, a menos que, mediante una recuperación suprema de la salud moral y el vigor marcial, volvamos a levantarnos y a adoptar nuestra posición a favor de la libertad, como en los viejos tiempos (…) Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra”.

Se quebró la paz

Ayer se quebró de nuevo la paz, ayer de nuevo la indignidad, la guerra, la destrucción y la pasividad de los estados ante al abuso de poder de otra tiranía. Ayer sonaron de nuevo las bombas y los misiles, voló por los aires la concordia y con la boca pequeña hablaron de sanciones (se ríe el tirano de la sanciones cuando con la subida solo del gas que hemos pagado todos le estamos financiando la guerra. Eso sin contar los cereales y demás productos que vienen a Europa); pero no acuden en ayuda del agredido, del invadido, del país que está sufriendo la guerra, las bajas, la muerte, la destrucción. Otro deshonor de esta Europa mojigata y timorata que solo quiere cantar “Imagin”, en la plaza de los pueblos. Ayer, volvimos a esos viejos tiempos.

Y dejaremos tirados a los ucranianos para después llenarnos la boca con gestos embusteros e hipócritas. Pero sí, después vendrá el movimiento para acoger refugiados, esas personas que han tenido que huir de su país por la maldita guerra, esa guerra rastrera que lastra la razón y quiebra voluntades. Una guerra que pisotea los derechos humanos y que es mandada por un tirano. Sangre, dolor y lágrimas.

Sí, otro tirano surge e impone a su antojo su política expansionista pues todo lo maneja, en lo económico y en lo militar. Pero, con la excusa de esos “Sudetes” ucranianos que se declararon independientes, con las malditas excusas de siempre, ha llegado la maldita guerra. Pero después vendrán otros países, más cercanos quizás. ¿Tomarán en serio la agresión?, ¿se quedarán de brazos cruzados?, intervendrán la OTAN o la UE esta vez?. Dicen los viejos del lugar que cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar.

¿Paz? No hay paz y tardará en volver. Algo se rompió ayer y nada volverá a ser igual. Hitler, con aires de grandeza, al igual que Putin, empezó así y sometió a Europa entera a una tiranía, repleta de oscuridad y muerte. Dios nos asista ante esta razón perdida y roguemos por todos los ukranianos que, desesperados, que están sufriendo la guerra. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, pero el hombre siempre vuelve a las andadas.

Este poema va dedicado a todos los que sufren y están sufriendo la guerra.

LA RAZÓN PERDIDA

Todo es inútil,

todo es baldío,

pues la luz se apaga irremediablemente,

y ya nada tiene sentido.

La impotencia ha lacrado mi ánimo

y me siento caer en el abismo.

Me consume la locura.

pues hoy se quebró mi camino.

Una salvaje agresión,

sin mediar palabra,

que ha sembrado de miseria el asfalto,

cercenando los anhelos y esperanzas.

Desesperación luctuosa,

tortura y mil lamentos,

el vacío más absoluto

y la muerte en mis adentros.

Un silencio atroz tras la masacre,

un ocaso profundo, nítido,

que crepita bajo las estrellas.

Un brecha se abre ante mi,

como una soledad intensa,

de llagas y dolor,

con un presente color ceniza.

Todo sobra,

la muerte ha cerrado los ojos de la vida

y la sin razón se ha impuesto de nuevo,

poniendo en tela de juicio la racionalidad.

El hombre, siempre el hombre,

irreverente y taimado,

cruel e insolente.

¿Por qué?

¿En nombre de qué?

Nadie responde,

sólo el eco de la pérdida

y las lágrimas del desconsuelo.

Vuelvo a sumirme en el quebranto,

acariciando al amor de mi alma,

que yace inerte entre mis brazos.

El oscuro telón baja sus fauces

sobre la escena patética,

mientras las luces

rojas de ira y llanto,

lo inundan todo,

con un color de espanto.

Preguntas sin contestar,

gemidos y murmuraciones.

Nada es verdad

y todo es mentira,

en esta catarsis de mis pasos,

del sendero tenebroso y torcido

que me ha tocado transitar.

La razón está herida de muerte

perdida, inerte

y ya no creo, no puedo creer.

La única certeza es que ella ya no existe,

ya dejó de ser,

ya no volverá jamás.

ya no es nada,

ya se fue.

la razón perdida