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Un peñón

Cada vez que veo el peñón de Gibraltar a lo lejos, desde la Línea o la bahía de Algeciras, cada vez que piso aquellas calles «británicas» en suelo español, siento una mezcla de rabia e impotencia por lo que es, por lo que fue, por lo que pasó. Hoy no escribo de hazañas ni de héroes, escribo sobre lo fue y no pudo fue, sobre un territorio ocupado desde hace siglos en territorio español.

No hay vuelta de hoja. En pleno siglo XXI una colonia en el territorio español no tiene sentido; una pequeña peña que ha ido creciendo a costa de comerle terreno al mar, rompiendo el tratado de Utrech, pues solo se cedió eso, el Peñón, siguiendo la soberanía de las aguas en manos de España. Pero parece que no, que aquel terruño se multiplica por doquier, los edificios de apartamentos proliferan, el aeropuerto crece y la soberanía de las aguas se disputa a la gresca entre los españoles y los británicos.

La conquista

Cierto, fue conquistada Gibraltar el 4 de agosto de 1704 por los ingleses, que yo lo habían intentado en el año 1702 y que siempre estaban mirando a las posesiones españolas, siempre haciendo daño, siempre minando la moral, atacando ciudades o hundiendo barcos. Allí, dos día antes, una flota angloholandesa, en el marco de la Guerra de Sucesión, puso sitio a la plaza  con la intención de pasarla al bando austracista.

El desequilibrio de los defensores y atacantes era brutal, así que en la bahía de Algeciras, la flota comandada por Goerge Rooke y el príncipe de Hesse-Darmstadt se enfrentó a la guarnición española, que apenas pudo hacerle frente. En dos horas, dos mil soldados, entre ingleses, austriacos y un batallón de 300 catalanes, desembarcaron en el Muelle Nuevo de la ciudad, tomaron la ciudad, saquearon las casas, profanaron templos y aprisionan a sus habitantes, tomándolos como  rehenes. Aquello fue clave para que el Gobernador español, Diego Salinas, fiel a Felipe V, izara la bandera de parlamento para iniciar las negociaciones de rendición. Un dato: la plaza se rindió al representante del pretendiente a la corona, Carlos de Austria

Gibraltar, español

Fundamental fue aquello, los rehenes civiles, pues se pudo rendir con suma facilidad la plaza, ya que cuando entraron los ingleses, tras aceptarse las condiciones pactadas, descubrieron un enorme arsenal de pólvora, piezas de artillerías y armas de fuego, suficiente para resistir durante bastante tiempo. ¿Por qué no lo hicieron? No es que fueran malas las defensas, sino que los civiles, aquellos rehenes capturados, fueron la moneda de cambio para la rendición.

Una curiosidad es que los verdaderos habitantes, aquellos que fueron apresados y después puestos en libertad, los que se fueron de Gibraltar, se fueron a la vecina localidad de San Roque, y sus descendientes viven allí desde 1704.

¡Claro que se podía defender bien Gibraltar! De hecho, tras la conquistas por lo ingleses, y tras varios intentos por recuperar el Peñón, España no pudo lograrlo por ser fácil defenderlo. El intento de recuperar Gibraltar más notable, tras la batalla perdida de Málaga del 24 de agosto de 1704, fue durante la Guerra de Independencia de EEUU, donde Inglaterra estaba en otros menesteres. Fue inútil y ahí sigue, tras el tratado, viendo pasar los siglos, como un punto estratégico en el estrecho, motivo de conflictos y vertidos, y como un paraíso fiscal. Una lástima.

Y como no, ilustro este pequeño artículo con otro magnífico cuadro de mi admirado Augusto Ferrer Dalmau, «El último de Gibraltar», donde se ve al Gobernador Diego Salinas y, al fondo, el Peñón.