La travesía del Océano Atlántico: Flota de Indias
Tras leerme y disfrutar con la novela “El Aprendiz” de Jon Echanove, que transcurre en la Sevilla del siglo XVII, me he sorprendido, no porque no lo sospechara, si no por vivirlo de cerca, con la dureza de una travesía por el Océano Atlántico. No creo que lo podamos imaginar, rodeado de las comodidades actuales y con la publicidad de esos cruceros paradisiacos en los que da gusto viajar. Vivir durante unos meses en un galeón, surcando el mar y malviviendo era toda una odisea, digna de mención.
La dura vida a bordo era una experiencia traumática que solo los más curtidos marineros podían soportar. Muchos grumetes, niños la mayoría, viajaban y eran objetos de burlas, abusos y llevaban a cabo los trabajos más penosos. Solo unos pocos podían navegar con cierto privilegio, protegidos bajo la toldilla y comiendo, a veces, de manera decente. El resto sufría una travesía demasiado dura. De ahí que destaque el enorme mérito de la empresa americana, llevada a cabo por el Imperio Español
No soy un experto en la materia, ni en las armadas españolas, ni en la flota de indias o en las travesías marinas, para ello sería recomendable leer los libros de D. Guillermo Nicieza Forcelledo, que es el verdadero erudito. Yo solo quiero destacar, en este pequeño artículo, la tremenda vida de los marineros en aquellos barcos que conectaron dos continentes y que llevaron España al otro lado del Océano Atlántico.

Dibujo de un galeón de la ciudad hanseática de Lübek, obra de Adler von Lübeck. 1565.
Con tan poco y lo mucho que hicieron
Con tan poco y lo mucho que hicieron y, lo que es mejor, la huella que dejaron para siempre. Pues, durante 3 siglos, España mantuvo la ruta de navegación más larga de todos los tiempos, la que conectaba la península con América y Filipinas y todo a costa de aquellos navegantes y marineros que se hicieron con el mar, que supieron capear temporales, soportar el almadiamiento, la penuria y el hambre, miles de personas que fueron imprescindible para el éxito de la empresa de ultramar.
Pero la vida en los galeones para nada era fácil. Para empezar, debo decir que aquellas embarcaciones iban y venían cargadas hasta los topes. Para América se llevaba todo tipo de mercancías, alimentos, telas y animales. Se utilizaban pipas, barriles, botijas, fardos y cajones para almacenar el género. Y de vuelta, amén del quinto real, poco a poco, fueron viniendo objetos, productos y especies: porcelana china, palo de Campeche, sedas, cultivos, piedras y materiales y un largo etcétera. Como vemos, las bodegas siempre estaban repletas.
Al transportar productos perecederos, éstos se pudrían y, unido a la poca ventilación, al olor de los excrementos de los animales y a la oscuridad, el ambiente se volvía irrespirable con lo que nadie podía alojarse en las bodegas. Así, la vida se desarrollaba siempre en la cubierta de la embarcación.
El galeón español
Para que lo veamos con números, en un galeón de 550 toneladas, aproximadamente, podían viajar unas 100 personas, de las que 60 o 70 sería la tripulación del mismo, la necesaria para su manejo óptimo. El resto podía ser viajeros buscando fortuna en el nuevo mundo, funcionarios, mercaderes y sus pajes correspondientes.
Entre los miembros de la tripulación había una jerarquía marcada: almirante, capitanes, pilotos, maestre y contramaestre. Lógicamente también estaban los marineros necesarios, los grumetes y los pajes, generalmente mozalbetes imberbes, blanco de todos los trabajos más pesados y desagradables.
También viajaban en el galeón carpinteros para reparar roturas del barco, toneleros, calafates, sacerdotes, despenseros, cirujanos e, incluso, algún que otro soldado o artillero. Sobre la marcha un barco tenía que reparar sus propias heridas, cerrar vías de agua, reparar mástiles y jarcias partidas, procurar comida, sanación o la salvación del alma. Todo estaba previsto, aunque no todo salía según se planeaba. Los peligros del mar eran incontables.
¿Cómo era la vida en alta mar?
Pero ahora vamos con los detalles. ¿Cómo era la vida en alta mar? ¿cómo pasaban las horas? Pues cuando la mar estaba en calma, el aburrimiento y la monotonía eran frecuentes. La tripulación se entretenía baldeando la cubierta, repasando las costuras deterioradas del velamen, accionando las bombas de achique cuando era necesario, elaborando estopas de cáñamo para que las utilizara los calafates en sus quehaceres y reparando aparejos, entre otras cosas. Aquella rutina aburrida era rota por las dos comidas (la primera al alba), que es donde convivían o charlaban. Según se decía, se distraían jugando, parlando y leyendo (el que sabía).
Respecto a las raciones de alimento, al principio, cuando partían de puerto, la comida era algo decente, como arroz, legumbres, harina, tocino, vino, queso, etc, Conforme los días de navegación pasaban, el agua se echaba a perder y los alimentos escaseaban porque también se estropeaban. Entonces, como elemento fundamental de la dieta, se conformaban con roer, más que masticar, una galleta de harina, cocida dos veces, llamada bizcocho y que estaba muy dura, cuando no podrida o llena de gusanos. Y podían llegar a beber agua mezclada con vinagre, cuando aquella empezaba a corromperse.

Explosión del galeón español San José. Pintura de Samuel Scott. Museo Marítimo Nacional, Londres.
Dormir y comer, un lujo
Hemos dicho que se distraían con la comida, de la que los pajes avisaban con una melodía rutinaria, salmodia aprendida en alta mar. Pero también, aunque estaba prohibido, se entretenía la marinería jugando a los naipes o a los dados, pasando las horas muertas, que no eran muchas pues se podían precisar de los marineros en cualquier maniobra y a cualquier hora. Siempre se estaba alerta. Pero cuando jugaban se divertían, apostando armas, dineros y hasta los calzones. Algunos sabían leer y recitaban romances de la época y más de uno pescaba o intentaba pescar para comer algo decente.
Y dormir, dormían en cubierta, apiñados, como podían, soportando las inclemencias. Cuando caía la noche, tras la oración, con sus esteras, buscaban un lugar apañado y allí dormitaban. Las camas eran un lujo reservado para el capitán. Lo mismo que comer, que comían donde podían, a excepción de los mandos, que lo hacían bajo la toldilla. Nada de comodidades.
Y con respecto a la disciplina, no se arrugaba el capitán si tenía que ejecutar la pena capital, aunque era algo raro. En alta mar eran tajantes y los marineros podían ser degradados y arrestados, con la consiguiente pérdida de salarios. Estaba prohibido desnudarse, blasfemar, jurar, amancebarse y jugar a las cartas (esta prohibición era más suave o se hacía la vista gorda, como hemos mencionado anteriormente).
Un rutina, de día y de noche
Y como no, rutina en la noche, con la tripulación de guardia, dividida en tres turnos, para que nada quedara al azar. El silencio se apoderaba del galeón y un guardia vigilaba que todo estaba en orden, que cada cual soportaba su vela y su responsabilidad. Disciplina y orden para evitar que todo se fuera a pique.
Y cuando llegaba la tormenta, cuando el océano se enfurecía, todo era un torbellino, la vida se volvía un caos. Se preparaban para aligerar el barco lanzando la carga pesada, los cañones y demás utensilios. Los carpinteros trabajaban a destajo reparando grietas y vías de agua, los calafates les ayudaban, los grumetes achicaban agua con las bombas, los marineros soportaban el envite y rezaban para que pasara pronto la tormenta. No eran nada ante la furia de la naturaleza.
Y como cáscaras de nueces al arbitrio del océano, muchos galeones se perdieron para siempre con cientos de vidas a bordo. Temporales, enfermedades a bordo, pestilencias, naufragios, piratas, etc. Toda una odisea, toda una vida dura digna de ser mencionada, de ser recordada pues fueron los hilos que hilvanaron aquel descubrimiento que cambió el mundo, fueron la base del imperio español de ultramar y de la huella hispana por el mundo.
Os recomiendo este artículo de National Geographic: La dura a vida de los marineros en un galeón Español
Y los libros de Guillermo Nicieza: «Leones del Mar» y «Anclas y Bayonetas»

Un navío se enfrenta a un mar embravecido. Cornelis Verbeeck. 1625. Museo Marítimo, Ámsterdam.
Excelente articulo. Gracias. Me hace pensar que hoy en día, nuestros jóvenes se deprimen si se les estropea el móvil….
Ufff. Hoy se ahogan en un vaso de agua y por menos de nada están de psicólogos. En aquella época maduraban a la fuerza. Gracias por todo, querido amigo. Un fuerte abrazo