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Las crónicas de la historia de España nos ofrecen hechos y anécdotas variadas. Algunas, adornadas por el género literario, llegan hasta nuestros días como tópicos de un comportamiento. Otras, sin saber el origen cierto, se visten de leyenda, verdad o misterio, sin saber su origen cierto. Cronistas e historiadores no terminan de ponerse de acuerdo y es el pueblo quien se termina creyendo lo que quiere o lo que le conviene. Es el caso de las llamadas “Cuentas del Gran Capitán”. ¿Qué son estas cuentas?

Según cuenta la leyenda, Don Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, estaba en Italia, en la campaña de Nápoles, allá por el año 1506. La situación en la península era delicada para el rey Fernando pues había fallecido su esposa, la reina Isabel y el reino estaba dividido. Él solo, en aquel momento, era rey de Aragón y la corona pasaba a su hija Juana, que daban por enajenada. Y para colmo de males, Felipe el Hermoso, el rey que inauguraba la casa de Austria, acababa de fallecer repentinamente.

Pidiendo Cuentas

Acuciado por las deudas, pendiente del reino y de contentar a los nobles, y llevado por los rumores de los contables y por las malas lenguas de los enemigo de Don Gonzalo, el rey pide cuentas al Gran Capitán por el alto precio de aquella guerra en Nápoles. Cuentan que éste, orgulloso y aguerrido, dolido por estar vigilado e instigado por los tesoreros reales, se tomó mal la petición. Gonzalo, temperamental y noble, cual guerrero leal, no podía permitir aquella afrenta, aquella discusión sobre cuentas, en la que se ponía en duda sus logros y conquistas. Y aquí entra el tópico de la supuesta respuesta al monarca, repleta de ingenio y agudeza.

La contestación a ese requerimiento, es un desafío al mismo rey, intentando ridiculizarlo; es ingeniosa, repleta de ironía y aguda pues empezó a relacionar una serie de gastos exagerados en conceptos absurdos pero que afianzaban el valor y heroísmo de los soldados españoles, que habían derramado su sangre por el rey, habían derrotado a los franceses y habían conseguido la plaza de Nápoles, abriendo la puerta al resto de la península italiana. Aquella relación exagerada, la literatura lo cuenta así:

Cien millones de ducados en picos, palas y azadones para enterrar a los muertos del enemigo. Ciento cincuenta mil ducados en frailes, monjas y pobres, para que rogasen a Dios por las almas de los soldados del rey caídos en combate. Cien mil ducados en guantes perfumados, para preservar a las tropas del hedor de los cadáveres del enemigo. Ciento sesenta mil ducados para reponer y arreglar las campanas destruidas de tanto repicar a victoria. Finalmente, por la paciencia al haber escuchado estas pequeñeces del rey, que pide cuentas a quien le ha regalado un reino, cien millones de ducados.

Ingenio e ironía

Cuenta la crónica general que “(…) Entendida del Rey la argucia mandó poner silencio, porque quien sería aquél si no fue algún ingrato o verdaderamente de baja y vil condición que buscase los deudores y quisiese saber el número de los dineros dados secretamente de un tan excelente capitán”

A buen seguro que este caso no se diera de manera oficial, pero muchos creyeron que sí o, dicho de otra manera, ocurriría de manera oficiosa, como mantiene Don Antonio Rodríguez Villa en su extensa y magnífica investigación sobe la figura de Don Gonzalo Fernández de Córdoba. Y dice así: “(…) Porque, enojado y resentido aquel invicto caudillo de que los codiciosos tesoreros de S. A., acaso incitados por ella, le apremiasen continuamente a dar cuenta de los gastos hechos en la segunda conquista de Nápoles, les presentó o refirió de palabra aquellas irónicas, y graciosas partidas de descargo, que tanto se celebraron entonces y perduran todavía ahora en nuestra memoria”.

Luis María de Lojendio, en su magnífica biografía sobre Don Gonzalo, aunque de otra forma, también recoge parte de esta historia, con el desplante del Gran Capitán al rey y el escarmiento que le da a Juan Bautista Spinelli, contador real y uno de los instigadores para que el monarca pidiera las cuentas al genio militar cordobés.

Leyenda o verdad

Pues del dicho al hecho hay un trecho, pero aquel trance marcado por la leyenda caló hondo en el pueblo por el ingenio, la ironía, el orgullo, la argucia y la temeridad de aquel valeroso capitán, cualidades que fueron esgrimidas frente al rey sin que le temblase el pulso. Y aquel tópico, aquella famosa frase de los azadones, fue adoptada por la gente con rapidez para dar cuentas de ese valor racial de los españoles. Pero también sirvió para alimentar, algo más, la leyenda negra que tanto nos señala.

En la actualidad, como frase hecha, se utiliza para referirnos a una exagerada relación de gastos para ridiculizar una relación poco detallada o negar una explicación que se ha pedido sin venir a cuento. Frases o tópicos que tienen origen en algún hecho extraño o en alguna leyenda, como la que, supuestamente, protagonizó Don Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán.