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Orgullosos de nuestra historia

Es curioso observar cómo homenajean las hazañas heroicas de los españoles, a lo largo de historia, más fuera de nuestras fronteras que dentro. Incluso, muchas veces, no sabemos nada de tales hechos porque aquí presumir de ello es políticamente incorrecto, simplemente no se enseña. Cuando otros países se enorgullecen de su historia, nosotros la escondemos.

Así, al igual que ocurre en ciertos pueblos costeros de Irlanda, donde se rinden honores cada año a los náufragos de la Gran Armada, en Budapest, y más concretamente en la antigua muralla de Buda, podemos encontrar una placa en recuerdo a los 300 españoles que encabezaron el ataque para reconquistar la ciudad, a finales del siglo XVII. Pero vamos por parte.

La amenaza Turca

Los reinos cristianos de Europa, sobre todos los del este, desde la caída de Constantinopla bajo el poder turco en 1453, sufrieron la voracidad de las huestes otomanas, ansiosas de conquistar territorio y ahogar al viejo continente. Ya fuese por tierra o por el Mar Mediterráneo con los piratas berberiscos, el acoso era constante y la situación era límite. Mujeres y niños como esclavos, capturas desmesuradas y razias eran la tónica común en aquella época convulsa.

En España, concretamente, se vivió un momento de tensión tras el levantamiento de los moriscos en las Alpujarras, en 1568. Aquel conflicto prendió rápidamente por los reinos de la cuenca mediterránea, que esperaban alarmados el socorro turco. Y a partir de aquí se puso pie en pared y surgió la gran alianza, la Santa Liga, por iniciativa del papado y con Felipe II a la cabeza hispana, para frenar las pretensiones otomanas. En Poitiers, en el 732, lo hicieron los franceses, ahora tendrían que unirse todos contra el enemigo común de la cristiandad.

Pero a pesar de que, en 1571, en Lepanto, sufrieron un severo correctivo, siguieron con el ansia de poder, dispuestos a borrar la huella cristina de los reinos periféricos. Y así pelearon por cada trozo de tierra, acosaron ciudades y conquistaron fortines. Con esa ambición, pusieron cerco a Viena y de nuevo fueron derrotados, por un heterogéneo ejército europeo y con la inestimable ayuda de los Tercios españoles, en 1683.

Reconquistar Buda

Pero quedaba la deuda de Buda, el antiguo bastión romano a la orilla del Danubio que llevaba ocupada por los turcos desde 1541. Allí, ante el empuje animoso de los ejércitos cristianos, tras la victoria de Viena, las tropas otomanas se refugiaron y se hicieron fuertes en la ciudadela. Corría el año 1684 y los miles de soldados que conformaban la nueva Santa Liga, formada ese mismo año, se plantaron ante las puertas de la fortaleza. Pero se encontraron con un bastión bien protegido, por lo que, tras más de cien días de asedio, de duros combates, muerte y desánimo, la retirada cristiana fue un hecho.

Y de nuevo volvieron a la carga, con la pretensión de reconquistar Buda en 1686. España bajo el reinado de Carlos II, el último Habsburgo, la sed de venganza y el ansia de aventura hace que más de 12.000 españoles, desde nobles a gente sencilla, acudan prestos para liberar Buda del yugo turco. Ya habían salido mal parados en su primer intento así que, aunque con rabia, actuaron con cautela.

Cañoneo incesante

El 24 de junio de 1686, guiados por experimentados artilleros españoles, integrantes de aquel ejército europeo, las piezas artilleras empezaron un continuo bombardeo sobre la ciudad. 24 horas al día que machacaron, literalmente, las piedras, que mortificaron a los defensores que, a pesar de todo, permanecían con la moral intacta. Cañones que barrían bastiones, que intentaban abrir una brecha, que martilleaban constantemente al enemigo.

Las tropas españolas allí presentes, 50 veteranos de los tercios, al mando del Maestre de Campo Don Manuel López de Zúñiga y grande de España, sin detenerse ante nada, curados de espanto y con la veteranía que dan años de lucha, aprovecharon para hacer una encamisada y despejar el camino de un lienzo de muralla. Por allí sería el ataque.

La hora de los valientes

El 13 de julio se abrió una enorme brecha en aquel trozo de la muralla de Buda, una brecha por donde se derramaría la infantería, por donde entrarían los valientes para hacerse con la ciudad, sin temor a cuchilladas, ni a la muerte pendenciera. Ser los primeros suponía un gran honor, un reconocimiento de la valía. Y aquel honor recayó en los 300 hombres de Zúñiga, con él a la cabeza, todos veteranos de los tercios, que se dejaron la vida para entrar en la ciudad, para combatir hasta la muerte y derrotar al temible enemigo. 

Debemos tener en cuenta que al abrirse la brecha en las murallas, los defensores concentraron sus fuerzas alrededor de la muralla derribada, por tanto era un suicidio querer entrar por una zona tan bien defendida. Pues bien, esos 300 soldados de los tercios pidieron ser los primeros en entrar aún a sabiendas que muchos iban a caer. Y en efectos, con sus oficiales al frente y dispuestos a todo, se dirigieron a la brecha abierta en la muralla y fueron cayendo la mayoría de ellos. Se batieron como leones, con el valor por bandera. Mandobles, estocadas y fintas, rabia desatada, sangre y dolor, venganza y determinación para llevar a buen puerto la misión. Todos a una, 300 soldados de vanguardia que penetraron por la brecha, que peleaban con denuedo, que proferían insultos y proclamaban la fe de Cristo. 300 españoles que iniciaron el camino de la gloria pues con su sacrificio facilitaron la entrada final del ejército cristiano

Don Manuel López de Zúñiga falleció tres días después del ataque, a causa de las graves heridas, al igual que otros tantos compañeros, muchos de ellos oficiales. Pero, como he comentado, hicieron mella, abrieron más la brecha y contribuyeron enormemente para que se lograra la victoria final. Así, el 2 de septiembre de 1686, las tropas de los reinos cristianos liberaban Buda del poder otomano. 

Las crónicas húngaras lo cuentan así: “Los españoles, Escalona, Llaneras, Valero, los condes Zuñiga, Morán, Marín, Servent, Otaño, Manrique, Fernández Caballero, junto con sus familiares aristócratas, están a la cabeza de la columna de ataque”

En recuerdo de los 300

Y como he mencionado al principio, la ciudad de Budapest rinde homenaje a esos 300 españoles que primero entraron en la ciudad para liberarla. Durante la II República, en 1934, se quiso recordar a estos valientes y se construyó un monumento. Así, en la muralla de la antigua ciudad de Buda, justo donde se abrió la brecha, bajo dos escudos de España (uno de los Reyes Católicos, y el de la Segunda República) y un escudo de Hungría. El monumento incluye el siguiente texto en español y en húngaro:

“Por aquí entraron los 300 héroes españoles que tomaron parte de la Reconquista de Buda”

Historias de nuestra historia, de héroes y heroínas que labraron los cimientos de un imperio y que hoy, a pesar de los palos en las ruedas, seguimos rescatando. Y ahí seguiremos.

Monumento a los 300 españoles de Budapest