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La mejor infantería del mundo

Sí, fue la mejor infantería del mundo durante más de 100 años, la que sostuvo, entre barro, sudor y sangre, todo un imperio. Arcabuces que cruzaban Europa, de sur a norte; picas enhiestas y atrevidas por un camino español, desde Italia a Flandes. Un ejército temido y que, al igual que Roma con sus legiones, fue santo y seña de España. Y dentro de los Tercios, a lo largo de los siglos ocurrieron hechos heroicos y se dieron curiosidades, que bien merecen un pequeño artículo.

Hoy me quiero detener en un hecho concreto, pero no deja de ser curioso pues 700 arcabuceros de Medina del Campo, 700 jóvenes infantes de un mismo pueblo, atravesaron Europa y acudieron en socorro de la ciudad de Viena, asediada por los turcos, pero ¿qué hacían allí? ¿por qué todos del mismo lugar?

Antes de entrar en detalles, debo comentar que los Tercios, fueron unidades con gran movilidad y participaron en numerosos escenarios ya que las posesiones de los Austrias fueron extensas y se necesitaba de esa cobertura militar para contener a los enemigos y combatirlos. Y, como no, ante la amenaza turca, la Monarquía Hispánica no podía quedarse de brazos cruzados. Allí estarían los Tercios para defender la cultura occidental y la fe católica.

 

El poderío turco

Pues los turcos no pararon en Constantinopla en el 1453 sino que querían aumentar su poder y extenderse por el continente. Así, Solimán el Magnífico, nada más llegar al poder en 1520, pidió al rey Luis II de Hungría que le rindiera pleitesía y tributos. El joven rey, emulando a Leónidas, ordenó ejecutar a los embajadores y solicitó el apoyo del emperador español, Carlos V. Ya estaba implicada España.

Carlos no pudo atender aquella petición puesto que tenía comprometido su ejército en Italia para ayudar a la región de las agresiones del rey francés, Francisco I, que, con tal de derrotar a su enemigo español, se alió con los turcos, con independencia de las creencias que tenían. Otro frente se abría en la guerra y toda Europa era un polvorín. (Es curioso, pero el reino católico francés, aliado de los turcos. No había escrúpulos)

Luis II se vio abocado a la guerra contra Soleimán, con ayuda o sin ella. Los turcos invadieron Hungría, la destruyeron sin apenas oposición y aniquilaron al ejército húngaro. No había rival que detuviese aquella máquina de guerra bien engrasada. Y Luis II falleció en la batalla de Mohács el 28 de agosto 1526, punto álgido de aquella muestra de poder otomano. Tras este luctuoso hecho, Fernando de Austria, hermano menor de Carlos V, reclamó el trono húngaro y fue elegido rey. (Luis II era su cuñado).

 

Soleimán, emperador de emperadores

Aquí, en este preciso momento, Soleimán, aprovechando el vacío de poder, se autoproclamó “emperador de emperadores, príncipe de príncipes y sombra de dios sobre ambos mundos” y se aseguró la obediencia de 30 reinos. Ante un occidente débil los otomanos avanzaban implacables. En ese escenario, Viena estaba en vanguardia para sufrir los ataques caprichosos del turco. Y no tardó mucho en sufrir las oleadas pues en 1529, 3 años después de Mohács, el mismo Soleimán encabezaba un enorme ejército, decidido a tomar la ciudad.

Aquella batalla sería decisiva pues Viena era la frontera entre el cristianismo y el islamismo, la fortaleza para impedir que los musulmanes invadieran territorio europeo. Y aunque el nuevo rey, Fernando, rey de Hungría y archiduque de Austria, actuó con presteza y rapidez, no pudo evitar que la ciudad se viera rodeado por el mayor ejército visto hasta la ocasión: 150.000 hombres.

Los 700 de Medina del Campo

La capital austriaca contaba para su defensa, según las fuentes con un contingente de soldados, entre 17.000 y 24.000. No, no eran muchos comparados con los turcos. Y la ayuda exterior apenas llegó. Pero eso sí, la calidad de las tropas era tremenda. En ese aspecto destacaron los 1.500 lansquenetes alemanes y 700 arcabuceros españoles, provenientes todos de la localidad de Medina del Campo, enviados por la misma reina viuda, María de Hungría, hermana de Fernando. Estos 700 hombres, dirigidos magistralmente por el conde Nicolás de Salm, un belga veterano de guerra de 70 años, nuestros protagonistas, serían determinantes en el transcurso de la batalla.

En este punto, contestando a la pregunta del principio, de qué hacían allí 700 arcabuceros de Medina del Campo, debemos decir que se encontraban en Viena para sostener el rey Fernando y como pago por la sublevación que comunera contra Carlos V. La ciudad trataba de congraciarse con el emperador contra el que se había rebelado, contando con que para sus jóvenes era una forma de ganarse la vida, además de gloria y fortuna. Allí estaban los 700 de Medina, dispuesto a espiar aquellas culpas y luchar, con denuedo, contra el turco. No cejarían, no cederían ni un palmo de terreno.

Época convulsa, en el que se tardaba un mundo en llegar al destino. Aquellos jóvenes atravesaron media Europa, cuajada de guerras y enfrentamiento, para ayudar al rey Fernando. Y cuando llegaron a Viena, el ambiente no fue muy propicio. Un idioma extranjero, un clima de tensión y unas costumbres extrañas. La población de Viena, mayoritariamente protestante, recelaban de aquellos españoles católicos, que estaban dispuestos a defender su religión hasta que les quedara una gota de sangre en el cuerpo. Es para ponerse en la piel de aquellos jóvenes.

 

Valor, fuerza y determinación

Pero las circunstancias de la vida nos ofrecen oportunidades para demostrar errores o aciertos. Aquellos arcabuceros estaban allí por una razón, destino o casualidad, y demostraron con creces su valía y lo acertado de su envío.

El veterano y experimentado Salm, según Javier Esparza, en su libro “Tercios” convirtió Viena en una fortaleza inexpugnable “haciendo salir a todos los que no estaban en disponibilidad de combatir, ordenó acumular en su interior todos los víveres existentes, arrasó todo el campo más allá de las murallas, cubrió de empalizada la orilla del Danubio…” Incluso hizo levantar todos los adoquines de la ciudad para levantar una segunda muralla, alrededor de la antigua. Y de paso evitar que cualquier proyectil rebotado hiriese a los soldados.

Los 700 valientes, dispuestos en la Puerta Sur, el punto más vulnerable y de mayor probabilidad de entrada del enemigo, repelieron en repetidas ocasiones a las hordas otomanas. El 29 de septiembre tuvo lugar un hecho muy celebrado. Un grupo de soldados de los tercios sorprendió desprevenido y sin armas a un grupo numeroso de turcos, que estaban comiendo uvas. Aquella escaramuza pasó a una persecución sin contemplaciones hasta el Danubio, donde fallecieron, entre abatidos y ahogados, unos 1500 otomanos.

 

El tiempo como aliado

A favor de Salm jugó el tiempo, el clima que a veces es aliado y otras, enemigo (como el calor para los franceses en Bailén). Llovió mucho, durante días, sin parar, lo que inutilizó el poder de fuego otomano, tan determinante en otras victorias (como Constantinopla o Belgrado). El campo de batalla era fango, un barrizal impracticable que hacía difícil el combate y el avance sobre la ciudad. En aquellas circunstancias, la tropa de élite del Sultán, los jenízaros, no podían atravesar la línea defendida por los lansquenetes o los arcabuceros. Los turcos no venían preparados para un asedio largo y estaban sucumbiendo.

Así, con aquellos mimbres, impotentes ante la situación, la falta de víveres, las numerosas bajas (entre 15000 y 20000 atacantes), los turcos empezaron a flaquear; la moral se resquebrajaba. Todo eran actos de valor y osadía, salidas desesperadas para destruir minas, muertes en combate, heroicidades y determinación para que el enemigo no tomara la ciudad.

El 13 de octubre, desesperado tras los diferentes intentos, y ante la falta de provisiones, Soleimán decidió poner toda la carne en el asador: tres gruesas columnas de jenízaro cargaron a la vez sobre la ciudad, buscando una enorme acumulación para hacer vencer la defensa de aquellos muros. Pero no todo fue inútil. Las alabardas y los arcabuces de aquellos jóvenes de Medina del Campo, hicieron estragos entre la fuerza de élite otomana. Fueron más de 2 horas de duros combates, sudor, sangre, fuego y rabia. Cuando la niebla se disipó del campo de batalla, dejó al descubierto un paisaje dantesco: 20.000 jenízaros yacían muertos.

 

Último ataque

Al final, con el rabo entre las piernas, Soleimán se retiró a Constantinopla sin haber podido tomar Viena, pero no sin antes probar el invierno en aquellas latitudes y el acoso de los imperiales que, en guerrillas, no dejaron de hostigarlos. Aquí se destacó un español, Juan de Manrique. Frío, muerte, desesperación y hambre lastraron los últimos pasos de los otomanos hacia su ciudad, dejando entre 14000 y 30000 bajas por aquellos caminos impracticables.

Viena, tras la batalla, contabilizó entre 1500 y 200 bajas, y de aquellos 700 arcabuceros, provenientes de Medina del Campo y que habían acudido para congraciarse con Carlos V, solo sobrevivieron 250. El mismo Nicolás de Salm no pudo sobrevivir a consecuencia de las heridas recibidas y se puede contemplar su sarcófago en la Iglesia Votiva de Viena.

Tres años después, Soleimán lo intentó de nuevo, pero estaba vez la ciudad estaba defendida por un gran ejército bajo el mando del mismísimo emperador, Carlos V.

Aquellos arcabuceros se congraciaron, sobradamente, obtuvieron la gloria y contribuyeron de manera notoria a que Viena no cayera en manos otomanas. Valor, disciplina y entrega, signos de identidad de aquellos jóvenes de Medina del Campo.

Para saber más aquí os dejó un artículo muy interesante escrito por Ángel Luis de Santos, en la Razón: 700 arcabuceros de Medina del Campo

Y otro artículo en abc escrito por Cesar Cervera: los 700 arcabuceros en Viena

Ilustra este artículo detalle de los arcabuceros del cuadro del genial pintor de batallas, Augusto Ferrer Dalmau: «La Batalla de Pavía».