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No pierdo la esperanza

Yo nunca pierdo la esperanza pues siempre creo que hay bondad escondida por algún lado, un retazo de luz que ilumine el infinito, un gesto entregado que arregle horizontes quebrados o un simple giño de humanidad.

 

Yo nunca pierdo la esperanza pues aunque haya maldad sembrada por doquier, aunque las noticias nos lanceen a diario con cruentas acciones y barbaridades innombrables, en cualquier esquina, en cualquier habitación anónima podemos encontrar un ángel o cientos de ellos, dispuestos a entregar un hálito de su vida, una caricia sincera o dar un abrazo con el alma.

 

Yo nunca he perdido la esperanza y aunque a veces me cubra el rostro la desesperanza más amarga, el desapego y la congoja, siempre hay un resquicio por donde el sol alumbra la noche. Y el movimiento se demuestra andado.

Un gesto solidario

Acabo de tener conocimiento de una noticia que ha venido a confirmar mis esperanzas. Es la historia de Andreas, un hombre alemán. Empleado en una gran fábrica, casado y con un hijo de 3 años, al que le diagnosticaron una leucemia. Los padres se turnaban en el cuidado del pequeño, en las largas horas de quimioterapia en el hospital. Una dura y costosa carrera para salvar la vida.

 

De pronto, de sopetón, su esposa fallece de un infarto. Acuciado por el tiempo y dolido por el revés, sólo piensa en su hijo por lo que se pide de golpe todas las vacaciones y horas extras para estar junto a él, en esa fría habitación de hospital. Pero ese tiempo de asueto necesario se agotaba y veía peligrar su puesto de trabajo. No podía cuidar de su pequeño y éste necesitaba de su apoyo, de sus caricias. Estaba muy débil y temía perderlo también.

 

Resulta que la jefa de RRHH de su empresa, viendo la situación desesperada, hizo un llamamiento a todos los empleados para que donaran sus horas extras. La respuesta fue masiva y esperanzadora. Resulta que los 650 empleados donaron sus horas extras y este compañero acumuló 3.300 horas, un año y medio para poder cuidar de su retoño con tranquilidad.

Una luz tras la tormenta

Hoy su hijo Julius, tiene 5 años y está casi recuperado. Andreas no ha perdido su trabajo gracias a sus compañeros, muchos desconocidos, los cuales han permitido con su esfuerzo y entrega desinteresada, que un padre cuide de su hijo en el lecho de la enfermedad. Un gesto precioso de solidaridad e ilusión.

 

Algunos dirán: ¡Yo no lo hubiera hecho! ¡Qué cada palo aguante su vela!. Pero, por suerte, se encontró con 650 personas solidarias que pusieron su grano de arena para que pudiera cuidar del pequeño enfermo y velar por el trabajo del compañero. Por eso y por más cosas, nunca pierdo la esperanza.

foto La Nación