Sitios famosos, defensas valerosas
Y se cuentan por doquier las historias de batallas y gestas, hechos heroicos que bien merecen romances o libros, películas o documentales, menciones o recuerdos, y todo para que no caigan en el olvido. Así nos encontramos con el sitio de Numancia, cuyos habitantes resistieron durante bastante tiempo a las poderosas legiones romanas. De aquel asedio viene la frase “resistencia numantina”.
Pero también nos encontramos a los calatravos, defendiendo Salvatierra ante el empuje almohade, en vísperas de las Navas de Tolosa. Y cómo no, los famosos asedios de Malta o Viena, además de todos aquellos valientes españoles que defendieron La Habana, Manila, Cartagena de Indias o Tenerife ante la provocación continua de los ingleses, siempre provocando o instigando a la guerra, siempre hostigando las posesiones españolas.
Pero si tengo que destacar un sitio, una defensa férrea de la fortaleza, comparable a la que hicieron los 300 espartanos del paso de las Termópilas ante miles de persas al mando de Jerjes I, ese es el sitio de Castelnuovo, acaecido entre el 18 de julio y el 7 de agosto de 1539, donde las tropas españolas, al mando de Francisco Sarmiento de Mendoza, demostraron su valía, defendieron hasta la muerte su posición y, en flagrante inferioridad numérica, supieron contener hasta el final al enemigo, sin rendirse, provocando una cantidad ingente de bajas en el ejercito turco.
El Mediterráneo en guerra
Pero, antes de nada, me gustaría dar unas pinceladas de la situación que se vivía en aquel momento. El Mediterráneo se lo disputaban dos potencias enormes. De un lado los turcos, el imperio Otomano, gobernado por el sultán Solimán el Magnífico. Y de otro la Santa Liga, conformada por Venecia, el Papado y el Imperio español, que tenía en su cabeza visible al emperador Carlos I de España (o V de Alemania).
Y como todo tiene un comienzo, el sitio de Castelnuovo tiene su génesis en la batalla naval de Préveza, que enfrentó a la mencionada santa liga contra el imperio otomano. Tras ciertos movimientos desafortunados por parte de Andrea Doria, un clima inestable y una mala coordinación de los distintos mandos de la liga, Barbarroja consiguió la victoria. Pero a pesar de ello, parte de la flota de la santa liga logró salvarse y apoyar el desembarco español en Castelnuovo, un enclave estratégico en la costa dálmata (actual Croacia) que estaba en poder de los turcos desde 1482.
Y allí se erige como héroe Francisco Sarmiento de Mendoza, un soldado con redaños, dispuesto a pagar cara la derrota, a no estregarse, a darlo todo. Él era consciente de que estaba solo, pues tenía conocimiento de que la liga se había roto, al disputarse aquella conquista Venecia con España, a pesar de ser españoles los que habían desembarcado, y sabía que los refuerzos no llegarían, por lo que tomó la determinación de afrontar una dura resistencia con tan solo 3.500 hombres y, de inmediato, ordenó reforzar las defensas de la fortaleza.
Comienza el Sitio a Castelnuovo
Y hasta Castelnuovo, oliendo la sangre y herido en su orgullo, porque un puñado de españoles resistían el empuje otomano, el mismísimo Barbarroja arribó con un enorme ejército de 50.000 soldados, entre los que se encontraban 4.000 temibles jenízaros, la tropa de élite del Sultán. El paisaje, el horizonte en el mar, se cubría con las 200 galeras turcas ávidas y deseosas de tomar la ciudad. El coste sería cuantioso.
La tarea de conquistar el enclave no sería sencilla y Barbarroja pagaría caro el menosprecio de aquellos aguerridos españoles. Y a las primeras de cambio lo comprobó pues las avanzadillas iniciales fueros rechazadas sin contemplaciones. Cuando llegó el grueso del ejército, el Sultán ordenó bombardear la ciudad con la artillería desembarcada. Ante aquel poderío de fuego, los españoles, en un ejercicio de valor y coraje, se dedicaron, con determinación, a preparar y fortificar las defensas. No podían hacer otra cosa o quizás si.
Pero, a pesar de la superioridad del enemigo y del incesante bombardeo, no estaban dispuestos a entregar la ciudad a las primeras de cambio ni a esperar a ser conquistados así que, armados con el atrevimiento y el orgullo hicieron varias salidas, para atacar por sorpresas a los turcos y así dificultar las labores de asedio. Aquellas maniobras ocasionaron 1000 bajas entre los sitiadores.
Que vinieses cuando quisiesen
Barbarroja, viendo el cariz de la situación y la cantidad de bajas entre sus hombres, ofreció una más que honrosa rendición a los españoles pues podrían salir con sus banderas y armas, recibiendo además, cada español, 20 ducados. Cuando tuvo conocimiento de aquellas condiciones don Francisco Sarmiento de Mendoza que “consultó con todos sus Capitanes, y los Capitanes con sus Oficiales, y resolvieron que querían morir en servicio de Dios y de Su Majestad, y que viniesen cuando quisiesen...
No habría rendición ni se pediría. Ante aquel desaire, ante aquella respuesta, Barbarroja, iracundo, ordenó intensificar los bombardeos y el ataque con la intención de aniquilar a todos los españoles que habían desafiado su poder. Estos, lejos de amilanarse ante la poderosa tormenta, resistieron estoicamente y respondieron a los ataques con certero y mortífero fuego de arcabuz, causando estragos entre las filas otomanas. Y cuando tocaba enfrentarse cuerpo a cuerpo contra el enemigo, también daban la cara y salía relucir el acero de sus espadas. Aquella ciudad se defendería hasta las últimas consecuencias.
En aquella tesitura, y lejos de acobardarse ante el poderoso despliegue militar del turco, propio de los tercios y de aquel espíritu luchador, los españoles realizaron una osada encamisada. Vestidos con una camisa blanca, para ser fácilmente identificables, y portando daga y espada, utilizaron aquella táctica, propia de las operaciones especiales del ejército y de la que ya hablé en su momento, y causaron estragos entre las filas de Barbarroja. El pánico se apoderó del ejército otomano e, incluso provocaron la retirada momentánea de Barbarroja a su galera.
Rabia y fuego
Herido en su orgullo, una vez recuperado del terrible susto encamisado, el sultán ordenó concentrar el fuego en una de las fortalezas de la ciudad alta y en su débil muralla medieval. Hecho esto, aquel pequeño bastión, aquel baluarte que daba mínima protección a los españoles, fue reducido a escombros. Sin obstáculo alguno, el 4 de agosto de 1539 se ordenó un asalto general para tomar Castelnuovo. Los españoles, que demasiado había hecho, empezaron a replegarse. Eso sí, siempre luchando, siembre batiéndose.
Castigados en demasía, exhaustos, sin pólvora, con cada vez menos efectivos, luchando por el día y construyendo nuevos parapetos por la noche, aquellos soldados de los tercios españoles, aquellos valientes defensores de la ciudad, tuvieron la suficiente fuerza de voluntad y determinación para rechazar nuevas embestidas los días 5 y 6 de de agosto.
Amanecía el 7 de agosto. El panorama era desolador, tétrico. La muerte pululaba por doquier y ya nada era posible. No había muralla que defender. De aquellos 3500 españoles, apenas quedaban 600, extremadamente cansados pero henchidos de orgullo. Su maestre de campo, don Francisco Sarmiento, herido de gravedad y ante aquel infierno, decidió morir combatiendo. Así, miró a sus hombres, picó espuelas y se lanzó contra los turcos, que no daban crédito a la osada defensa de aquel grupo de españoles.
Una conquista demasiado cara
Cuando finalizó el día, la ciudad había pasado a manos turcas y apenas quedaban 200 supervivientes españoles, que el destino les depararía las más diversas de las suertes. Algunos, pocos, pudieron llegar a la península para contar su historia. Pero, lo determinante de aquella defensa es que Barbarroja sufrió en su ejército la friolera cifra de 20.000 muertos. Una conquista cara, demasiado cara.
Una gesta para ser recordada, como homenaje a la valentía de aquellos soldados de los Tercios que, como dato curioso, fue loada por toda Europa e, incluso, fue tema principal para muchos poetas. Sirva de ejemplo el soneto 217 del poeta español Gutierre de Cetina que se titula «A los huesos de los españoles muertos en Castelnuovo»:
Héroes gloriosos, pues el cielo
os dio más parte que os negó la tierra,
bien es que por trofeos de tanta guerra
se muestren vuestros huesos por el suelo.
Si justo desear, si honesto celo
en valeroso corazón se encierra,
ya me parece ver, o que se atierra
por vos la Hesperia vuestra, o se alza a vuelo:
no por vengaros, no, que no dejastes
a los vivos gozar de tanta gloria,
que envuelta en vuestra sangre la llevastes,
sino para probar que la memoria
de la dichosa muerte que alcanzastes
se debe invidiar más que la victoria.
Una historia para ser contada, reproducida y transmitida para que no se olvide nunca. Como tantas otras de nuestra historia.