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«…es de advertir que en mis tiempos, que fueron hasta el año de mil y quinientos y sesenta, ni veinte años después, no hubo en mi tierra moneda labrada. En lugar de ella se entendían los españoles en el comprar y vender pesando la plata y el oro por marcos y onzas, y como en España dicen ducados, decían en el Perú pesos o castellanos».

Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios reales

La historia de la numismática española

Es curioso cómo, gracias a mi compañero Cristóbal, voy aprendiendo otra parte de nuestra historia, tan importante o más que cualquier asedio, victoria, descubrimiento o hazaña marina. La historia de la numismática nos enseña muchos detalles relevantes y anécdotas de una época en la que España tenía un peso específico en las economías de muchos reinos, de muchos países y territorios. Así, millones de monedas españoles inundaron durante años los mercados mundiales, desde Nueva España a Filipinas, pasando por Río de la Plata y el Perú, de Madrid a Nápoles, llegando incluso a China y el lejano Oriente.

Ya hablé del “Real de a 8”, como una divisa internacional, que era aceptada en todos los puertos, desde Oriente a Occidente. Cofres repletos de monedas, botín apreciado de piratas, tesoro en el fondo de los mares y objeto de coleccionistas. Pero todo tuvo un comienzo, en el que la moneda del Real de a 8 acuñada de una forma más mecanizada, con su cordón en el canto, coexistió con otro tipo de moneda que hoy consideraríamos peculiar por su forma, las “macuquinas”, que circularon por millones e incluso fueron el tipo de moneda predominante en todo el continente americano durante más de un siglo y medio. Pero, ¿Qué eran las macuquinas?

La mayoría de los autores coinciden en que el nombre de macuquina puede provenir de la lengua quechua, originaria del Perú y lengua oficial del imperio Inca, que era la empleada por los nativos trabajadores en las cecas. Ellos las denominaban “makkaikuna” o “macay cuna”, que significaba “cosa golpeada”, lo que derivó en macuquina en la lengua española por la asimilación fonética, y terminó imponiéndose en toda Hispanoamérica. Pero, ¿por qué ese nombre y qué era ese golpe?

¿Qué eran las macuquinas?

Resulta que las monedas macuquinas era un tipo de moneda acuñada manualmente, a martillo y yunque. Tenían un forma muy tosca y podían ser de oro o plata. Este tipo de fabricación artesanal se venía haciendo desde que surgió la moneda metálica, permaneciendo, el método en cuestión, casi inalterado durante toda la Edad Media. En el siglo XVI hubo un notable cambio en el proceso de fabricación de moneda.

El proceso por el que se fabricaban macuquinas fue un método ampliamente utilizado en Hispanoamérica, desde el siglo XVI hasta mediados del siglo XVII, pues en Europa ya se venía haciendo se manera industrial. Así, el metal, la plata o el oro, era fundido y convertido en láminas a golpe de martillos. De aquellas láminas se sacaban cada cospel o la “Pieza metálica lisa preparada para grabar el anverso y el reverso en la acuñación de monedas”. Y tras esto se grababa, a golpe de martillo, cada cuño, agregando las siglas del ensayador (que aseguraba el peso y la ley de la moneda).

La macuquina era un producto artesanal que no requerían de maquinaria compleja ni de un taller especializado, sin grandes inversiones ni operarios altamente cualificados. Normalmente se ahorra en su producción y se utilizaba una sola fundición para aprovechar hasta la última gota de metal fundido.

macuquinamacuquinas

La producción en Hispanoamérica

Normalmente, las macuquinas que se habían fabricado en Europa eran homogéneas, redondas y, en ocasiones, de gran belleza. Pero con las fabricadas en Hispanoamérica primaron las prisas en aquel proceso artesanal, ya que importaba más la velocidad de acuñación y que el peso y ley de la moneda fueran los adecuados que el resultado fuera estéticamente bonito. Así, simplemente se cortaba con cizallas una barra de plata en trozos del peso apropiado, que se aplanaban someramente y se golpeaban con un martillo entre dos troqueles para acuñarlas.

Por todo ello, las monedas resultantes eran bastante gruesas y desfiguradas, con grandes grietas, en las que sólo una pequeña porción de la imagen grabada en el cospel quedaba impresa en la pieza tras el golpe del martillo y muchas veces descentrada. Incluso, si una moneda tenía sobrepeso, los ensayadores simplemente cortaban un trozo, desfigurando aún más la moneda que quedaba convertida en un trozo deforme de metal.

Es curioso observar cómo cada macuquina era única, con formas diversas, no con la forma circular que todos asociamos a la moneda. Y todo lo producía el martillazo sobre el metal candente. Y si sobraba metal, se recortaba con una cizalla. Trapecios, corazones, cuadrados, formas irregulares… así eran las macuquinas que por millones inundaron el mundo, navegaron por los 7 mares y se usaron en el comercio.

¿Por qué se actuaba así?

Si la moneda era la representación del poder real (único que podía acuñar), ¿por qué se permitía esa “chapuza”? Pues porque, dada la enorme cantidad de metal que se necesitaba llevar a la Península rápidamente para pagar el Quinto Real (que terminaba casi íntegramente en manos de los prestamistas alemanes e italianos del Rey) y como medio de pago del comercio, esas monedas en principio no iban destinadas a circular como las monedas corrientes.

Se trataba de hacer “pequeños lingotes”, fiables en cuando a peso y ley (no olvidemos que la Corona respondía de ello), que facilitase su transporte sin que se alterara su valor por el camino. Porque no olvidemos que la moneda valía lo que valía el metal de su composición, independientemente de su forma. Así, estaban destinados mayoritariamente a su envío a Europa y otros países en grandes transacciones económicas, sitios donde frecuentemente se las fundía inmediatamente para la fabricación de objetos o lingotes de tamaño bastante mayor, joyas de plata, monedas redondas destinadas a circulación, barras y otros artículos. Incluso en la misma Península se acuñaban estas macuquinas de forma apresurada cuando se trataba de amonedar apresuradamente los metales preciosos traídos de América en lingotes y barras.

Su gran difusión en cuanto aceptación y uso por los ciudadanos de todos los países, empezando por los colonos anglosajones de América del Norte, vino por la percepción de que lo importante era el metal de que estaban hechas (todo el mundo confiaba en la ley y peso garantizados por la Corona española) y su enorme disponibilidad por lo rápido que era fabricarlas.

macuquina - oro

Pero ¿por qué ocurrió aquello?

Desde el principio del siglo XVI, debido a la ingente necesidad de moneda que había en Hispanoamérica, sobre todo para el comercio y para pagar el Quinto Real, se vio claramente que era imposible llevar desde la Península la cantidad de moneda necesaria, tal como se intentó hacer desde poco después de los viajes de Colón. La ceca de Santo Domingo no daba abasto y la ausencia de maquinaria apropiada y moderna para fabricar moneda fuera de España provocó que las macuquinas irrumpieran con fuerza.

Aquella necesidad motivó la apertura de varias cecas, como la Casa de la Moneda de México (1536), la de Santo Domingo (1542), la de Lima (1565) y la del Potosí, para aprovechar la enorme producción de plata y oro en aquellos lugares. Lo importante seguía siendo producir muchísimas monedas de calidad en cuanto a su valor y el resultado fueron las macuquinas.

¿En Europa pasaba lo mismo? En España, sí pero con matices. Se acuñaban monedas redondas y, en menor medida, macuquinas destinadas a amonedar plata y oro americano con rapidez en Sevilla, Madrid, Toledo, Segovia y otras ciudades. Sin embargo, era algo residual. Pero en Europa no, en aquella época ya no se fabricaban así las monedas pues se hacía mediante prensa de volante, un aparato gigantesco y complejo pero que no fue posible disponerlo en Hispanoamérica hasta principios del siglo XVIII, por su difícil transporte. Por lo que aquellos primeros siglos del imperio español en América fueron sostenidos por las macuquinas.

Una complejidad añadida

Volviendo a la manufactura de las macuquinas, contaban con una complejidad añadida. Resulta que los talladores de cada ceca eran los encargados de elaborar los cuños oficiales o “troqueles para grabar sellar monedas” (según los modelos traídos de España). Pero ya empezaba el proceso con defecto, a la hora de elaborar el cuño, por la mala pericia del tallador o la mala calidad del cospel. Todo eso provocaba que no siempre aparecían sobre las monedas la fecha de emisión, con lo que no se podía saber quién había sido el ensayador responsable de los posibles defectos.

Pero aquella moneda irregular tenía un peligro pues se iba cercenando hasta perder su valor, hasta reducir notablemente la cantidad de plata o de oro. Incluso se llegaba a limar para vender las limaduras al peso. Era una práctica habitual, no solo en España y sus provincias americanas. Esta práctica tan extendida causaba un gran perjuicio en la economía pues nadie sabía, con certeza, el valor real de la moneda que, supuestamente, era garantizadas por la Corona.

El valor de la moneda estaba ligado a su peso en oro o en plata y si se cercenaba parte de ella, se minoraba el valor de la macuquina. Por eso, aunque rentable para los que llevaban a cabo aquella práctica de menoscabarla, tenía mucho peligro y puso en alertar las autoridades pues pasó a ser un problema de envergadura.

macuquinas

Un flujo de monedas enorme

Debemos tener en cuenta que el flujo de moneda hacia España era enorme, entre el quinto real y el comercio, así que el número de macuquinas, como única unidad monetaria emitida por la autoridad en la América española, crecía exponencialmente. Y además, era frecuente que, poco a poco, perdieran calidad y, por consiguiente, valor.

Aquel desbarajuste tenía que terminar, tarde o temprano, por comprometer el prestigio real. Así que la Corona empezó ordenando que a partir de mediados del siglo XVI la fabricación de moneda, paulatinamente, se mecanizase en todas las cecas de la península. Y aquello empezó por en la Ceca de Segovia, por orden de Felipe II, con la puesta en marcha del Real Ingenio, una acuñación a rodillo, del que otro día escribiré.

Y ya en el siglo XVII se impuso la acuñación llevada a cabo por prensa de volante, que ya se venía utilizando en toda Europa. Aquel mecanismo novedoso de acuñación, pese a la oposición de los funcionarios de las Casas de la Moneda, que siempre obtenían beneficios con la fabricación de macuquinas, se fue establecido en los virreinatos españoles en América. El primero fue es de la casa de la Moneda de México en 1730.

Adulteración de la ley de las monedas

Pero claro, no todo fue tan fácil pues muchos se aprovechaban de los fraudes en la fabricación de macuquinas con la adulteración de la ley de las monedas y del cercenamiento o adulteración de las mismas, así que no les convenía que hubiese otro proceso de acuñación, por lo que retrasaban la aplicación de las órdenes reales. Aquel retraso deliberado, ya que veían peligrar la fuente de riqueza, originó un escándalo en la ciudad de Potosí, del que otro día, también, escribiré.

Lo cierto y verdad es que, pese a todo, pese a las resistencias y retraso, al final las macuquinas dejaron de acuñarse pues el nuevo sistema se impuso. Fue en el 1767 cuando se acuñaron las últimas en la Ceca de Potosí..

Como detalle, quiero destacar dentro de las macuquinas, dos grupos de monedas de carácter singular por su calidad y diseño curioso.

Galanas y Macuquinas del Sagrado Corazón

En primer lugar debo citar a las llamadas “galanas”, que eran monedas acuñadas de manera manual, pero con un cuidado en los detalles que las hacen de gran belleza tanto por su perfecta redondez como por la calidad de la acuñación. No en vano que se consideran “la joya de la corona” de las macuquinas. Las galanas se fabricaron en las tres cecas de Hispanoamérica durante mucho tiempo: en México de 1607 a 1730; en Lima de 1684 a 1748; y en Potosí de 1626 a 1754. Pero ¿por qué se fabricaron? Algunos piensan que fue para evitar el fraude del cercenamiento y merma de valor, pero dado el mucho mayor tiempo necesario para su fabricación pasó a ser un objeto de prestigio por encargo, se hacía bajo demanda. Incluso se acuñaban por motivos ceremoniales, religiosos o familiares (se utilizaban como arras o regalos, aunque eran de curso legal).

El segundo grupo son las “macuquinas del Sagrado Corazón”. La Ceca de Potosí fabricó macuquinas de plata con forma de corazón, a menudo llamadas “Corazones de Potosí” en los años posteriores a 1690 pero no mucho tiempo con peso y valor de 1, 2, 4 y 8 reales. La forma es la del símbolo del Sagrado Corazón de Jesús, un corazón asimétrico con llamas que a veces salen de la parte superior, aunque también se hicieron en forma de pájaros y manzanas o granadas. Muchas de estas piezas tenían un agujero en la parte superior para colgarla como joya, al igual que muchas galanas, y se piensa que las mayoría se utilizarían como objetos de regalo o para su uso como exvotos. Debido a que estas monedas estaban dentro de las tolerancias de peso de sus tipos, se piensa que los oficiales de ceca permitieron que se hicieran, aunque no hubiera ninguna documentación que permitiera expresamente su fabricación.

Galana

Galana – oro

 

Macuquinas sagrado corazón

Espero que os haya gustado el tema de las macuquinas y las galanas. Os invito a buscar más información al respecto, a bucear en la historia, a aprender de ella.

Os dejo varios enlaces de interés para ampliar la información

Macuquinas: https://mayor25.com/noticias/macuquinas-o-cobs/

Fabricación de moneda medieval: https://monedamedieval.es/fabricacion-de-la-moneda-medieval

Técnicas medievales de acuñación: https://numismaticamedieval.wordpress.com/category/tecnica-medieval-de-acunacion/